Artivismo feminista

Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 16/12/2019.

Era de esperar que corriera por las redes sociales como la pólvora y se hiciera viral en poco tiempo. Me refiero a la performance creada por el colectivo chileno interdisciplinar que se autodenomina Las Tesis y que lo componen cuatro jóvenes artistas (Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor, Lea Cáceres). Fue el 20 de noviembre pasado cuando la coreografía y la letra de la canción, que ya se conoce como himno feminista, se desplegó en las calles de Valparaíso interpretada por centenares de mujeres. Desde entonces se han reproducido intervenciones similares, en decenas de partes del mundo, ocupando el espacio público y buscando que su mensaje tenga la mayor repercusión posible. Se ha cantado en ciudad de México, Bogotá, Caracas, Lima, Nueva Delhi, Estambul Nueva York, París, Berlín, Madrid, Barcelona y València. Desde luego, una vez apropiado por otras mujeres, este himno resulta imparable y tiene visos de seguir sonando con igual vehemencia en otras ciudades. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que se ha convertido ya en un fenómeno mundial multitudinario y que cada vez se expanden más réplicas.

En primer lugar, dado que esta coreografía disuelve las barreras que existen entre la vida y las prácticas artísticas a la manera como Allan Kaprow hizo, no puede obviarse que va dirigida a un proceso de toma de conciencia por la irritación que provoca la reiteración de vivencias compartidas cotidianamente. En este caso, claro está, se reivindica un nueva posición teórica y una nueva categoría estética, vinculadas ambas a las experiencias de las propias mujeres, en la misma línea que presentó la historiadora del arte feminista Lucy Lippard. De hecho las cuatro artistas que conforman el colectivo artístico citado, se llaman «las tesis» en alusión al enfoque de género que aplican a sus creaciones, a fin de que el arte pueda ser social y estéticamente efectivo para lograr el respeto de los derechos humanos de las mujeres y de las niñas.

El estribillo que se entona, repite de forma acusadora «el violador eres tú». Por este motivo, su denuncia va dirigida al paradigma patriarcal con el que, mediática y judicialmente, se abordan los casos de violencia contra las mujeres cuando perversamente ponen el énfasis en la culpabilidad de la víctima más que en quienes comenten el delito. Es ese proceso de revictimización, el que esta intervención performativa recrea en sus palabras y sus gestos, sumando a tal efecto creatividad y acción política. Una unión que da nombre al concepto de artivismo que es como se conoce a este tipo de acciones transgresoras, de gran impacto plástico, realizadas en espacios públicos convencionales. A mi entender, para enfocar bien la comprensión de este canto que visibiliza la rabia y el enfado de las mujeres ante la impunidad con la que se perpetran los feminicidios, habría que tocar dos aspectos, uno en referencia al arte de acción con enfoque de género y otro relacionado con el mismo devenir del feminismo, que en estos momentos históricos concentra su lucha fundamentalmente contra el patriarcado.

De tal modo que, con la intención de llegar a audiencias cada vez más amplias, el arte de colaboración y performance art se ha convertido en las últimas décadas en una de las estrategias predominantes del artivismo feminista. En realidad no es algo nuevo, viene ya de lejos con las acciones de la Gerrilla Girls en el siglo pasado, pero en ellas su denuncia iba por otros derroteros, ligados fundamentalmente a la invisibilidad de las mujeres en el circuito del mundo del arte, en museos, ferias y galerías. Sin que este campo se haya abandonado, las acciones artísticas transgresoras de las que estamos hablando hoy van dirigidas más bien contra la opresión patriarcal en general. En este recuento y ya en el siglo actual, no puede faltar Femen, el colectivo ucraniano creado en 2008 por Anna Hustol, cuyas artivistas suelen desnudarse en sus acciones como estratagema para que su imagen salga en los medios de comunicación y así llegue a primera plana su denuncia contra el sexismo, la trata de mujeres y el turismo sexual. Entre otras muchas más modalidades, tenemos también como muestra de arte de colaboración, las réplicas que se han hecho de la instalación «Zapatos Rojos» de la artista mexicana Elina Chauvet, que se inspiró en el asesinato de su hermana a manos de su marido y en la oleada de feminicidios que tuvieron lugar en Ciudad Juárez. Desde 2009 la obra se replica en muchos países reuniendo zapatos que se colorean de rojo y que se exponen en espacios diversos como símbolo de la lucha contra la violencia de género.

Hasta aquí las consideraciones que tienen que ver con el arte y el activismo. Pero, como decía al principio, considero que hay otro factor a sopesar. Si nos fijamos, hay un matiz diferencial entre esta acción artística que ya se conoce como himno feminista y las anteriores. En las precedentes se centraba la mirada en la víctima y ahora en el victimario, es decir, en la persona que inflige un daño o un perjuicio a otra. Por este motivo, la letra recuerda que la culpa de quien sufre la violación no es de la mujer, ni de la joven, ni de la niña, ni de donde estaba, ni de cómo vestía. La culpa es del violador y con ello se enfoca la cuestión de la violencia contra las mujeres hacia quienes realmente comenten el delito. Además, otro aspecto a tener en cuenta, es que esta performance no se limita a criticar al machismo sino al mismo sistema patriarcal del que las inercias machistas son solo una parte y un síntoma. La violencia de género reaparece en este himno nombrada en términos sistémicos, usando el vocablo «feminicidio» que acuñó Marcela Lagarde para referirse a la construcción cultural que normaliza los asesinatos de mujeres y que se producen con toda impunidad al ser el Estado incapaz de garantizar su seguridad, prefiriendo mirar hacia otro lado, desentendiéndose de tales muertes. Por eso se canta: el patriarcado es un juez que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que NO ves. Ahora bien, acto seguido se repite esa estrofa añadiendo la partícula gramatical «ya», que funciona muy significativamente como el adverbio de tiempo que es: el patriarcado es un juez que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que YA ves.

Presentación Libro «La Barbarie Patriarcal» de Victoria Sendón de León, Ménades Editorial
Con Talamira Taita Brito y Rosa María Rodríguez Magda

Y en esa estamos, como bien dice Victoria Sendón de León, que en su nuevo libro nos alerta de manera lúcida sobre la barbarie patriarcal. Para la filósofa el feminismo actual batalla fundamentalmente contra el sistema patriarcal que es la trama que sostiene al machismo y que, al mismo tiempo, exige a la gobernanza global que tenga como meta aspiracional erradicarlo con políticas de igualdad críticas con el neoliberalismo salvaje imperante, pues de no ser así la humanidad va abocada de manera irremediable al abismo. Lo que se denuncia es esa trama fractal que nos afecta y que recibe el nombre de patriarcado. Por eso mismo, la escritora ha dedicado su libro «a las jóvenes feministas, partisanas de hoy, pioneras del mundo que viene». A esa revolución en marcha, a esa manera de trasladarnos que el movimiento se demuestra andando, se debe la buena acogida y el éxito de la canción «Un violador en tu camino» que con tanta resonancia se propaga en la actualidad de forma mundial y multitudinaria.


OTROS ENLACES

https://valenciaplaza.com/el-violador-eres-tu-decenas-de-mujeres-entonan-el-grito-feminista-en-valencia

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