BEAUTY BOX

Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 11/02/2020.

Enrique Simonet [Public domain]
El Juicio de Paris – 1904

Del 1 al 14 de febrero se activan todo tipo de estrategias comerciales para aumentar las ventas en la búsqueda del regalo apropiado por San Valentín. Es de esperar que en fecha tan destacada asome algún que otro micromachismo en las propuestas consumistas que se ofertan y que se presentan a modo de obligado cumplimiento. Luis Bonino que fue quien acuñó este término, señala que los micromachismos forman parte de las manipulaciones sutiles con la que los varones imponen a las mujeres sus deseos o intereses. No llegan al nivel de evidencia por estar normalizados, pero tienen la habilidad de perpetuar la situación tradicional de dominio que la cultura asigna a los hombres frente a las mujeres. Lo característico de los micromachismos es su invisibilidad, de ahí su dificultad por identificarlos y erradicarlos. En lo relativo al aspecto físico de las mujeres es frecuente escuchar frases que los contienen, como cuando se le dice a la joven que se cuide porque de no hacerlo su pareja se fijará en otras o cuando se le aconseja que adelgace para que tenga más éxito con los hombres. En estos casos, cuidarse y adelgazar se formulan como excusa para que las mujeres sigan mirándose a sí mismas a través de la mirada masculina y siga reforzándose la dependencia vital y la impotencia aprendida con la que interiorizan las obligaciones sociales y culturales que les han sido asignadas.

A menudo se confunde el amor con las ilusiones con las que nos lo imaginamos cuando se está bajo el efecto del enamoramiento. En esa atmósfera de ficción romántica, las mujeres más que mirar están para que las miren y más que hablar están para que les hablen, calladas y ausentes como dice el verso de Pablo Neruda. Esa estructura relacional persiste en las relaciones de pareja y lo habitual es que los gustos, las necesidades y preferencias de las mujeres sean minimizadas o pasadas por alto. Si a ello se añade que, en palabras de Amelia Valcárcel, las mujeres han sido socializadas en base a la Ley del Agrado por la que aprenden la sumisión afectiva y sexual al varón, tenemos un cóctel peligroso para jóvenes adolescentes que están dispuestas a renunciar a todo en cuanto Cupido les alcanza el corazón con sus flechas. Solo así se puede explicar que jóvenes adolescentes que están cursando estudios y que son capaces de detectar situaciones de violencia física y psicológica, no sepan identificar la violencia sexual-amorosa que sufren cuando están dispuestas a soportar celos y mantener relaciones sexuales con su novio o su pareja sin atender a sus propios deseos. Temen que, de no complacerles y de no seguir sus exigencias, las dejen o abandonen.

Esta actitud de subordinación es un resquicio del débito conyugal que han heredado de las obligaciones que antaño marcaba la ley para las mujeres con sus maridos. No por casualidad, la socialización de género incide en que lo importante en las mujeres es gustar y por este motivo, a fin de ser apreciadas y queridas, son capaces de asumir cualquier situación de riesgo como puede ser un embarazo no deseado, una enfermedad o un desgarro. A fin de cuentas, las novelas de amor y el cine romántico triunfan entre las chicas y la pornografía entre los chicos. Dos modelos perjudiciales en sí mismos, la pornografía porque es la narrativa visual de la violencia de género y el amor romántico porque genera dependencia emocional y pone el sentido de la propia vida en otra persona. Por otra parte, junto a la Ley del Agrado, la Ley del Detalle es también uno de los mandatos implícitos que reciben las mujeres en su socialización de género. Según esta ley, las mujeres son las encargadas de crear el ambiente propicio y preparar los detalles adecuados a todo tipo de celebración. Lo heredan de sus madres y de sus abuelas que han estado dispuestas a atender y servir a los varones del hogar, para que nunca les falte la mejor comida o el mejor regalo. El día de San Valentín ambas leyes se activan al unísono. De hecho, como dice textualmente un anuncio publicitario de productos cosméticos, siempre hay «ofertas para enamorar regalando(te)» un nuevo maquillaje, un tratamiento de cuidado para la piel o un perfume. Es más, por una compra superior a 200 euros, te llevas gratis una «beauty box».

Lo cierto es que desde el mito de aquella manzana de oro con la inscripción «para la más hermosa», las mujeres han aprendido a mirarse a partir de cómo les miran los varones. Han interiorizado la mirada masculina para existir y el arraigo de este mito ha sido tal que les ha impedido verse por sí mismas. Por si no se recuerda, la tradición épico-mítica cuenta que fue Páris, hijo de Príamo, quien tuvo que entregar la manzana a una de las tres diosas que optaron por ella: Hera, Atenea y Venus. Pero sólo la última la consiguió al prometer darle la mujer mortal más bella, que era Helena, esposa de Melenao. Y así fue como Venus, diosa del amor, provocó la huida de Helena con Páris que relata la guerra de Troya. El triunfo de Helena se trasmite en el modelo estético corporal que hace a las chicas deseables dentro del proceso de atracción-elección de las relaciones afectivo-sexuales. Mientras que los chicos que resultan atractivos lo son por sus bienes simbólicos y materiales y su actitud distante, insensible e inaccesible. La saga «Crepúsculo», llevada al cine y basada en las novelas de ficción romántica de la escritora Sthephenie Meyer, son un ejemplo. Precisamente el personaje de la protagonista femenina, representada por la actriz Kristen Stewart, recibe el nombre de Bella.

Este tipo de construcción amorosa refleja la idea de una joven sumisa y sensible capaz de sufrir por amor y someterse a todo tipo de micro violencias sexuales que llegan a cristalizar formas más álgidas de violencia de género. De ahí la importancia de la educación afectivo-sexual en los centros escolares a fin de comprender y visibilizar las desigualdades entre chicos y chicas que perpetúan un tipo de sexualidad patriarcal donde el placer femenino está supeditado al del varón. La trilogía «Cincuenta sombras de Grey» de la autora E.L.James, también llevada al cine,  es un claro exponente.  Este drama romántico-erótico tiene por personaje principal una joven que se somete a un tipo de sexualidad de violencia explícita y estética pornográfica. Sin embargo, este libro se presenta a las mujeres como modelo y ejemplo de liberación sexual para ellas. Por eso no está de más recordar que son ellos, los chicos, quienes están socializados en el consumo pornográfico. Así que, no vendría mal añadir esta perspectiva de género en las relaciones afectivo-sexuales a la hora de conmemorar San Valentín en las escuelas para reivindicar de nuevo la necesidad de una educación afectivo-sexual no sexista que prevenga la violencia de género entre adolescentes.

Amparo Zacarés Pamblanco
Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género Purificación Escribano – Universitat Jaume I

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