El amor en tiempos de coronavirus

El 18 de abril volvimos a participar, Rosa Mascarell y yo, en Gravetat Zero, el programa cultural que dirige y presenta María Josep Poquet en à punt radio. La temática que se trató fue el amor, la amistad, la fraternidad y la solidaridad en estos tiempos de confinamiento. Un tiempo donde el amor se revela no tanto como Eros sino como Philia. Se trata de ese tipo de amor del que habló Aristóteles en la Retórica y en la Ética a Nicomaco. Un amor que se refiere a la benevolencia, la gratitud, la amistad y la alegría por el bien del otro. La philia se entiende, pues, como una forma de amar en la que lo que se quiere es el bien de alguien, teniendo en cuenta sus intereses y no los nuestros. Ese tipo de amor es el que mejor se ajusta a los tiempos de la COVID-19 y a él se apela cuando se requiere a la población responsabilidad cívica y comunitaria ante un problema de salud público como es esta pandemia.

Sin embargo, en la tertulia se pusieron de manifiesto las acciones incívicas de quienes estigmatizaban a aquellas personas que, por trabajar en sanidad o en centros de alimentación, se encontraban en primera línea de contagio y podían infectar a los demás. De hecho, fueron noticia reciente los insultos y amenazas que les habían dirigido para que se marcharan del edificio donde tienen la vivienda familiar y al que han de volver tras su jornada laboral.  Preguntada por esa cuestión, por el tipo de personas que son capaces de insultar y amenazar a quienes nos están ayudando a salir adelante en medio de la situación tan dramática en la que vivimos, di como razón la frustración y el miedo que sienten. Como se sabe, la frustración no es más que una emoción producida por un obstáculo que nos impide realizar un deseo que consideramos legítimo. La frustración provoca agresividad y a mayor frustración, mayor agresividad. Este tipo de personas, a mi entender, dejan al descubierto la parte más insocial de su personalidad, son sujetos egoístas con baja tolerancia a la frustración, a quienes no les interesan ni los derechos, ni el bienestar de los demás, pero en ningún momento se trata de locura o de alguna patología que pudiera eximirles de la responsabilidad de su conducta. Al fin y al cabo, el sentimiento cívico por excelencia es la responsabilidad que consiste en la habilidad de saber responder ante lo que hacemos y lo que se hace a los demás.

De todas formas, yo me quedaría más con las conductas cívicas que las incívicas, ya que estas últimas han sido menores. Lo que ha prevalecido en la sociedad ha sido el agradecimiento y la solidaridad más que el rechazo y la insolidaridad. A colación de ello, baste recordar esos grupos de ayuda mutua que se han formado de forma espontánea en las barriadas y que han demostrado una gran responsabilidad cívica comunitaria. Al respecto, también se comentó los aplausos que todos los días a las ocho de la tarde, se producen desde los balcones en apoyo a quienes trabajan en los hospitales y los centros de salud. Sé que muchos viven estos aplausos como una intromisión y que los consideran una mera mimetización sin convicción. No diré que en parte sea así, pero quisiera resaltar que lo que ocurre en los balcones todas las tardes es el semblante del momento histórico tan excepcional que vivimos. Es un tiempo de encuentro social, un escenario que nos reúne en una misma demanda conjunta.  No hay que olvidar que, como señaló reiteradamente Zygmunt Bauman, las sociedades actuales carecen de ágora, de ese espacio entre lo público y lo privado por el que debe discurrir de manera natural la política. Por ello, este tiempo que dedicamos a aplaudir, tendría que hacernos reflexionar sobre el tipo de sociedad, de vida en común, que hemos construido y en la que está ausente la comunidad.

De todas formas, esos aplausos han sacado a la palestra el rol fundamental de los servicios públicos, han hecho evidente qué trabajos son realmente esenciales, quienes son los trabajadores y las trabajadoras que generan valor a la economía, que son realmente importantes y que, sin embargo, están mal pagados y viven una situación de precariado continua.  Me refiero no solo a trabajos relacionados con la sanidad, sino también con los transportes, la limpieza, los centros de alimentación, la investigación, la educación o la información.  Dicho esto, también es cierto que no sé cuánto tiempo puede durar esta conciencia colectiva de resistencia. En realidad, Bauman hablaba también de «comunidades de guardarropa»” que son las que se aglutinan ante un acontecimiento dado como cuando se va a un concierto o a una reunión y que. cuando se acaba, se recoge el abrigo y todos vuelven a sus casas sin ninguna conexión. No lo sé, no sé si ocurriría así o si se sabrá rectificar, pero no está de más recordar que estamos todos en el mismo barco y que, como dijo el filósofo polaco, «la calidad humana de una sociedad debería medirse por la calidad de vida de sus miembros más vulnerables».


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