Empoderamiento y conciliación

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Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 14/02/2017.

empoderamiento-conciliacionLas cargas familiares y las tareas domésticas ligadas a los procesos de reproducción, propios para la subsistencia humana, siguen siendo experiencias femeninas que ilustran la desigualdad de género en el ámbito del trabajo remunerado y no remunerado. En este sentido la celebración de San Valentín resulta una ocasión propicia para reflexionar sobre la importancia del empoderamiento psicológico de las mujeres. La mayoría de ellas permanecen bajo la dependencia emocional de su pareja y, ante el temor de perder su amor, no toman decisiones con las que podrían mejorar sus oportunidades en relación a sus intereses personales. Esta situación impide la igualdad entre los sexos a lo largo del ciclo vital. Es obvio entonces que la capacidad de tomar control sobre la propia vida, proceso que define el concepto mismo de empoderamiento, es menor entre las mujeres a pesar incluso de ser en ocasiones igual o más independientes económicamente que los hombres.

Si las mujeres son dependientes emocionales es porque sufren una socialización de género que les hace situar al amor romántico en el eje de su necesidad afectiva y colocar a sus parejas y a sus familias en el centro de sus vidas. De este modo el romanticismo se integra dentro de matrimonios o parejas de hecho aparentamente felices que derivan inexorablemente hacia la insatisfacción de la vida doméstica. Ya a finales del siglo XIX el teatro de Henrik Ibsen reflejó tragedias íntimas, donde sobresalía el drama vital de las mujeres a quienes daba voz para que expresasen su deseo de autonomía, autoconocimiento y autoestima. En Casa de muñecas(1880), su drama más célebre, la protagonista Nora Helmer, esposa de Torval Helmer, es un personaje que no sólo nos hace ver sino que también es ella misma quien ve el paternalismo con el que ha sido tratada. En su alegato final cuando le pide a su marido que le escuche no puede ser más clara : «Cuando vivía en casa de papá, él me expresaba sus ideas y yo las seguía. Si yo tenía otras diferentes, debía ocultarlas, porque a él no le habría gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo como yo jugaba con mis muñecas. Después me vine a tu casa ? Quiero decir que pasé de manos de papá a las tuyas». Para concluir con dolor que ha sido muñeca-esposa y muñeca-hija. A Nora ese giro en la conciencia de sí misma es el que le da la fuerza necesaria para rechazar las expectativas de sumisión que se vierten sobre ella, con el fin de buscar otro modelo de conducta relacional y encontrar reconocimiento y afecto en igualdad de derechos con el hombre.

La ausencia de una educación afectiva para la autonomía, la autoestima y el control de la propia vida es la causa por la que las jóvenes aún terminan reproduciendo patrones de género, donde son desdibujadas a favor de la abnegación hacia el padre, el marido o la pareja. Por este motivo formar en la igualdad ha de incorporar el concepto de conciliación en la división sexual del trabajo doméstico en pro no solo de las mujeres sino del bienestar de la sociedad entera. En esta tesitura hay que procurar la defensa de los derechos de las mujeres dentro de una hermenéutica que sospeche de la situación social que culturalmente ha beneficiado hegemónicamente a los hombres. Desde siempre los estereotipos de género han dificultado el empoderamiento emocional de las mujeres y aún lo hacen en el contexto de un imaginario colectivo que mantiene la igualdad entre los sexos como algo más formal que real. De hecho la familia sigue funcionando como un signo de seguridad y de identidad. Una mujer sin familia, es decir, sin descendencia, tal como aparece representada por la otra figura femenina de Casa de muñecas, la de Cristina Linde, despierta compasión y lástima a pesar de la valentía con la que este personaje asume la responsabilidad de cuidar de sus hermanos y de su madre inválida. Curiosamente será la señora Linde, que inicialmente se presenta como mujer decidida y autónoma por estar acostumbrada a trabajar para ganarse la vida, quien reproducirá al final de la obra el rol habitual que se espera de la mujer, al encontrar en el señor Nils Krogstad alguien a quien poder ofrecer de nuevo cuidado y compañía, esto es, por haber encontrado de nuevo sentido a su vida según la función social tradicional de la mujer.

Quizás sería interesante preguntarnos cuántas Nora Helmer y Cristina Linde se dan en la actualidad. Para ello no está de más recordar que vivimos en gran medida vicariamente a través de nuestros semejantes y que somos lo que presenciamos y escuchamos en un marco común en el que nos situamos. El drama de Ibsen agitó la escena de finales del XIX porque subvirtió el orden social contractual que desde tiempos inmemoriales beneficia a los varones en sus relaciones con las mujeres. Ya entonces las grietas comenzaban a hacerse evidentes pero en los albores del siglo XXI continúan sin haberse resuelto, a pesar de darse cada más actitudes masculinas para realizar tareas de cuidado y atender la vida en común con mayor disposición hacia la conciliación. De ayer a hoy hay un buen trecho recorrido pero aún hace falta redefinir la labor del profesorado para romper las inercias de género y enseñar a empoderar psicológicamente a ambos sexos. Recrear la realidad educativa y aplicarse a esta tarea es del todo necesario puesto que de cumplirse tendría un alcance transformador en el bienestar de la sociedad entera.

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