Quédate en casa

Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 20/03/2020.

El trabajo de la casa y del cuidado de los más vulnerables ya sean menores, enfermos o ancianos, forma parte del trabajo invisible y no remunerado que realizan las mujeres desde tiempos inmemoriales.  Viene siendo así desde que la división sexual del trabajo prestigió las tareas que hacen los varones fuera de casa e infravaloró las que las mujeres hacen dentro y por las que no reciben ninguna recompensa económica. En la actualidad, con algunas variantes, sigue siendo así dado que la corresponsabilidad aún no ha terminado de cuajar en un imaginario social que ha identificado trabajo con empleo. Pero en estos momentos, declarado el estado de alarma y ante la pandemia global que nos ha confinado en el hogar, ambos sexos van a tener que simultanear el mismo espacio doméstico e intentar redistribuir equitativamente las tareas cotidianas.  Eso sería lo deseable pero las inercias sexistas no desaparecen de la noche a la mañana. Además, hay que tener en cuenta que las actividades de cuidado no se limitan solo a cuestiones de intendencia diaria ligadas a la alimentación y la limpieza, sino que también tienden a proveer los afectos que se precisan para el bienestar emocional de la familia. En ese modelo económico, la disponibilidad de las abuelas y de las madres había de ser total para cuidar y atender a las personas del grupo familiar mientras que los varones, abuelos o padres, podían despreocuparse con facilidad ya que daban por sentado que tales tareas les correspondían a las mujeres y no a ellos. Una dinámica que reforzaba la idea del esposo sustentador frente a la esposa dependiente.

De ahí que la teoría económica feminista haya hecho hincapié en que la economía monetarizada del mercado, por usar la terminología de la socióloga Angeles Durán, es un engranaje que funciona sin complicación gracias a la economía no monetarizada que realizan las mujeres en su propia casa. Mujeres que, en su mayoría, cumplen una doble jornada laboral al trabajar también fuera del hogar. En pocas palabras, el varón creaba la familia y la mujer criaba. Esta distribución de las tareas familiares sigue prevaleciendo aun cuando la corresponsabilidad se haya asumido ya como algo esencial en las políticas de igualdad y aun cuando las medidas de conciliación adoptadas sean varias como, por ejemplo, los permisos parentales remunerados o las jornadas de trabajo reducidas. Ahora bien, en tiempos del coronavirus no estaría mal que esta crisis fuera la ocasión para concienciar de la importancia de la ética del cuidado que presentó Carol Gilligan en la década de los ochenta del siglo pasado. Una oportunidad que no habría que dejar pasar de largo para implicar a todas las personas, con independencia de su sexo y de su edad, en las tareas domésticas y en los cuidados familiares.

Desde esta urgencia que nos ha sobrevenido y nos ha colocado en estado de alarma, puede afrontarse la necesidad de sustituir los roles hiperfeminizados de sumisión e hipermasculinizados de dominio por otros que tomen como modelo la corresponsabilidad y el respeto mutuo. Llegados a este punto, alguien se preguntará ¿cómo? A mi entender sólo hay una respuesta y es a través de la coeducación junto a una voluntad política que la ampare y la potencie. Pero la coeducación no es algo que se aprenda únicamente en los centros escolares, sino también y sobre todo en la casa, en el espacio y el tiempo donde ocurre la convivencia familiar. A los niños y a las niñas, los padres y las madres han de enseñarles a hacerse cargo de las tareas diarias del hogar que más tarde les darán autonomía y les servirán de modelo para ejercer la corresponsabilidad. En este sentido la igualdad se aprende viendo cómo el padre y la madre la reflejan a diario en su conducta, observando que comparten las tareas habituales del hogar, constatando que ambos les enseñan a vestirse, a asearse, a alimentarse, a comunicarse, a respetarse, a cuidar de su salud y de las otras personas con las que conviven.

Esa forma de ver en reciprocidad a las mujeres y los hombres, ocupándose ambos de los cuidados familiares, fomenta que los hijos varones interioricen tales tareas con la misma dedicación y responsabilidad que sus hermanas o sus futuras parejas. Puede que, debido a esta situación de confinamiento que nos ha traído esta crisis sanitaria global, se haga más evidente que nunca la necesidad de socializar a las personas en actitudes coeducativas a nivel convivencial y relacional. Por eso mismo, quizás ahora que las circunstancias nos obligan a encerrarnos y quedarnos en casa durante muchas horas y muchos días, se comprenda mejor que nunca la importancia de un modelo económico que prestigie la atención y el cuidado que suponen las tareas domésticas diarias, las remunere y las redistribuya a nivel equitativo.  Algo que precisará de políticas de igualdad con mayor dotación económica e implicación institucional. Y cuanto antes sea mejor.

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