Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 30 de julio de 2024
En vela y en silencio se desarrolló la vigilia feminista convocada para denunciar el incremento de la violencia machista que ha segado la vida de 37 mujeres y 11 menores en lo que va de año. Fue el pasado jueves 25 de julio, entre las diez y las once de la noche, cuando, en la plaza del Ayuntamiento de 141 municipios de la Comunidad Valenciana, se produjo un silencio respetuoso de dolor hacia las víctimas. Las imágenes que dan testimonio de esta acción coordinada, de protesta y duelo, invitan a pensar sobre estos sucesos trágicos a los que se les dedica poco más que unos minutos de silencio institucional y unas cuantas líneas en las noticias del día. Por este motivo, con la elocuencia de un silencio buscado deliberadamente para escuchar las llamadas de auxilio que fueron desatendidas en el pasado, se simultanearon las concentraciones en las que se permanecía de pie, con ánimo callado y tan inmóvil como se pudiera.
La vigilia del 25J se convocó con la intención de lograr un silencio veraz con el que reclamar medidas de protección efectivas, mostrar indignación auténtica y dolor real. Si se piensa bien, la repercusión ciudadana fue grande ya que, entre asociaciones y federaciones de mujeres y otras organizaciones, se contaron 283 adhesiones. Se leyó un manifiesto de denuncia que llenó de simbolismo discursivo a la vigilia, pero también hubo ocasión para el simbolismo artístico, aquel que nos permite pensar en imágenes a decir de Suzanne Langer. Fue, en la plaza mayor de Castellón, con la perfomance reCORda´ns de la artista multidisciplinar Ana Beltrán Porcar. Vestida de negro y con la solemnidad que se requería, iba escribiendo los nombres de las asesinadas con pincel y agua sobre el pavimento público. Mediante esta técnica, de procedencia oriental, en la que los caracteres caligráficos se evaporan casi al instante, la artista quiso simbolizar la prontitud con la que se olvida a las víctimas pasadas y recientes. De este modo, mostraba que sus asesinatos ni contaban ni sumaban y se diluían en una indiferencia generalizada como si nunca hubiesen ocurrido.
Fue un silencio que tuvo su por qué y su lugar: la causa común contra la violencia de género y delante del consistorio de cada pueblo o ciudad. No podía ser de otra forma, el sitio adecuado era allí, frente al ayuntamiento, en el mismo lugar donde habitualmente se cumplen los breves momentos de silencio institucional con los que se muestra la condolencia obligada a las familias afectadas. En esas ocasiones el silencio no agudiza el oído, ni invita a la escucha atenta, ni tampoco emana pesar. No lo hace por ser un mero trámite para una foto. Es más, la condena moral por sí sola no conduce a cambios profundos si no se acompaña de recursos económicos a campañas de sensibilización y de formación a colectivos de la salud, la educación, la justicia y las fuerzas de seguridad. Precisamente, ha sido en estos últimos meses, con el aumento de crímenes machistas, cuando se ha hecho más visible la violencia que reciben las mujeres de cualquier origen, edad y extracción social. Pero poco o nada se podrá avanzar en la erradicación de esta lacra social, si no se afronta con convicción y con la prioridad que exige un problema de Estado que afecta al bienestar de la sociedad entera.