Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 25 de abril de 2025
Apreciar estéticamente las obras que surgen de la imaginación, es algo constitutivo de las personas por su condición peculiar dentro de la escala animal. Es cierto que esta facultad no es utilizada ni está desarrollada por igual, pero, en mayor o menor grado, todos los seres humanos pueden emocionarse al escuchar música, asistir al teatro o leer una novela. Otra cuestión diferente es exigir universalidad a la valoración estética, dada la base empírica y la diversidad cultural sobre la que se conforman los gustos. Esta dificultad no tiene que entrañar necesariamente un motivo de fruición o conflicto, pero, por lo general, esperamos un consenso de gusto que valide el nuestro. Nos cuesta que nos lleven la contraria y llegamos incluso a exasperarnos si no se admiran los estilos artísticos y artistas por quienes sentimos predilección. Así que, quizás, los juicios estéticos serían más compartidos si se enunciaran de manera menos universal, tuvieran en cuenta a un sujeto situado y no estuvieran sometidos a la estrechez de miras que marca el canon literario habitual.

John Sears, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons
La virulenta campaña de desprestigio que sufrió el año pasado la surcoreana Han Kang al ser galardonada con el Premio Nobel de Literatura de 2024, ilustra bien esta situación. De ella se dijo que era una escritora con apenas obra publicada y poco conocida, cuando en realidad lo que sucedía era que no había sido traducida y, en consecuencia, resultaba desconocida fuera del continente asiático. En la actualidad, es una mujer madura que cuenta con una dilatada trayectoria literaria, que ha dejado atrás sus obligaciones como periodista y docente y que se dedica únicamente al oficio de escribir. Pero, aun así, la trataron como una advenediza de las letras e infravaloraron las historias extrañas que inventa y con las que critica el consumismo desenfrenado y la violencia patriarcal de Corea del Sur.
En Occidente su nombre alcanzó popularidad cuando recibió en 2016 el Premio Man Booker International de ficción por su novela «La vegetariana» que había sido publicada en 2007 por primera vez. Su protagonista decide un día dejar de comer carne y de cumplir con sus deberes tradicionales de esposa. La joven Yeonghyne es un cuerpo que se niega a ser tratado como los otros cuerpos y que siente que todos los árboles del mundo le parecen hermanos. Su resistencia a incorporarse al engranaje vertiginoso de un modo de vida irracional, discurre en una atmósfera surrealista en medio de imágenes potentes y frases sugerentes no exentas de cierta belleza lírica. En la trama sobresale la calma y convicción de una odisea personal que es capaz de perturbar la esencia virulenta e irracional que impera en el país de origen de la escritora.
No es extraño, pues, que fuera incomprendida en Corea y que comenzara a ser valorada tardíamente cuando los elogios le llegaron desde otras culturas y lenguas a las que su obra había sido traducida. Con todo, este libro que a nivel internacional fue considerado uno de los mejores de 2016, es exquisito e impertinente y curiosamente, (¿por qué será?), gusta más a las lectoras que a los lectores. El tríptico de voces que hablan en la novela (el marido, el cuñado y la hermana) pueden hacernos entender quiénes somos y el tipo de sociedad que hemos construido. Por eso mismo, no hay que desestimar la capacidad de los personajes literarios para autocomprendernos y hacernos reflexionar.