Manterrupting

Este nuevo término anglosajón designa la práctica común de interrumpir de forma brusca el discurso de una mujer conminándole a que se calle y guarde silencio.  Ya se sabe que, durante siglos, las mujeres han estado privadas de voz y de palabra en el ágora. De hecho, en la Antigüedad sólo merecían hablar y ser escuchados en público los varones que disfrutaban de isegoría (igualdad de palabra) y de isonomía (igualdad ante la ley). También es sobradamente conocido aquel pasaje de la Odisea en el que Telémaco, siendo solo un adolescente, hizo callar a su madre Penélope e impidió que fuera escuchada en público. Un episodio al que la historiadora del arte Mary Beard se refiere como el primer ejemplo documentado de un hombre que le dice a una mujer que se calle.

Marcela Lagarde y Ana María Portal, reconocimiento y apoyo a la maestra.

Desde entonces es mucha la casuística con la que cuenta este tipo de socialización de género que decide quién detenta el poder para ser o no escuchado.  Lejos de ser algo anacrónico, esta tendencia aún pervive en la actualidad de una manera más o menos declarada y evidente. Al respecto, hace solo unos años, en 2021, la escritora Michela Murgia publicó un libro que lleva por título el imperativo «Stai zitta». Estate callada, cállate, no digas nada, no hables y no repliques. Un mandato que  puede indicarse con un simple gesto apartando a la interlocutora con el brazo o colocando el dedo índice cruzando los labios en señal de silencio. En cualquier caso, mandar callar a las mujeres sigue siendo una reacción habitual, sobre todo si mantienen una opinión contraria a la narrativa dominante.

Dicho esto, poco se puede hacer si a nivel comunicativo no se considera  la brecha de género existente y no se ponen los medios para aprender a escuchar  a quien discrepa. Un aprendizaje que a nivel político ha de pasar por un planteamiento dialógico que supere la confrontación entre las culturas y trate con respeto la cuestión de la identidad y de la diferencia. No cabe duda que es cada vez más urgente  crear una cartografía del presente que intente articular la heterogeneidad que atraviesa la complejidad de la sociedad actual y en donde, a la vez, el pensamiento crítico pueda presentarse sin obstáculos ni censura. Sin embargo, no fue esto lo que ocurrió la semana pasada, cuando la antropóloga Marcela Lagarde y de los Ríos vio interrumpido su discurso mientras daba una conferencia en la Universidad Complutense.

Ponente de prestigio, invitada en la universidad española en numerosas ocasiones, se le conoce sobre todo por ser quien acuñó el término «feminicidio» y  defenderlo en el congreso mexicano como diputada y presidenta de la Comisión especial que se creó para investigar los crímenes contra las mujeres y las niñas en Ciudad de Juárez en la legislatura de 2003 y 2006. Gracias a este  concepto quedó al descubierto la violencia institucional que contenían estos crímenes. En esencia, el término feminicidio supera el aspecto neutro del concepto homicidio o asesinato y  considera determinante aclarar el sexo de las víctimas y la impunidad con la que se comete el delito. De esta forma se  señala  directamente al Estado por no ser capaz de garantizar la vida y la seguridad de las mujeres y exige la reparación del daño cometido por las amenazas y el trato negligente que recibieron las familias de las víctimas a través de  autoridades corruptas.

Saber valorar el contexto desde el que habla una ponente y conocer el alcance de sus contribuciones a la investigación y a la política, tendría que ser motivo suficiente para considerarla como interlocutora con la que se puede debatir y disentir con argumentos contrarios.  Flaco favor le hizo a la universidad la tensión y el boicot que se vivió el otro día en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Si es que realmente se busca el entendimiento y el acercamiento entre epistemologías  diversas, hay que salir del bucle de la violencia, hallar puentes para el diálogo y recordar que hacer callar a las mujeres es una estrategia patriarcal muy antigua que tendría que estar en desuso.

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