Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 28 de octubre de 2024
De nuevo octubre nos deparó una fecha conmemorativa vinculada a los libros. En esta ocasión se trata del Día de las Bibliotecas que se celebra en Europa el 24 de octubre de cada año desde 1997. Una celebración que toma como referencia el día en el que en 1992 quedó destruida la Biblioteca Nacional de Sarajevo por el ejército serbio durante la guerra de Bosnia. Por este motivo, la semana pasada se concentraron diversos actos conmemorativos en numerosas bibliotecas públicas, escolares, universitarias, nacionales y regionales. No obstante, las actividades que se organizaron para celebrar ese día tan especial quedarían sin contexto si no se recordase que las bibliotecas son un lugar de encuentro, de diálogo intercultural y de resistencia frente a la barbarie de los más de medio centenar de conflictos bélicos que en estos momentos hay en el mundo. Desde la ingente biblioteca de Alejandría que se convirtió en una de las maravillas del mundo antiguo hasta las más recientes que reúnen las herramientas digitales en el tratamiento archivístico y documental, las bibliotecas son recintos esenciales para preservar la cultura de cada país.
En la actualidad, es suficientemente conocida la contribución de las mujeres a la sociedad en la era de la información como profesionales de biblioteconomía. Pero no siempre fue así y las mujeres no solo no pudieron acceder a los estudios que les capacitaban para ser bibliotecarias, sino que además tenían vetada la posibilidad de consultar las bibliotecas. En España, la primera mujer a la que se le permitió el acceso a la Biblioteca Nacional fue Antonia Gutiérrez Bueno y Aoíz (1781-1874). Su vida, acorde con la de una familia acomodada e ilustrada de la época, estuvo repleta de inquietudes intelectuales y transcurrió entre Madrid y París. Al enviudar regresó a su ciudad natal y fue entonces cuando en 1837 solicitó el acceso a la BNE para poder documentarse y continuar con el Diccionario histórico y biográfico de mujeres célebres que ya había comenzado a publicar dos años antes bajo el pseudónimo de Eugenio Ortazán y Brunet. A mi parecer, no está de más traerla a la memoria en este mes que se conmemora el Día de las Bibliotecas. Su empeño supuso un hito del que pudimos beneficiarnos todas ya que el entonces director de la BNE, Joaquín María Patiño, tuvo que trasladar su petición al Ministerio de Gobernación para que la reina regente, María Cristina de Borbón, fallara a favor de Antonia y de todas las demás mujeres que quisieran en el futuro acceder a la biblioteca.
Y, por la parte que le corresponde a la profesión de bibliotecaria, no está de más rememorar a María Moliner (1900-1981), célebre filóloga y lexicógrafa, autora del Diccionario del Uso del Español (DUE). Su carrera como archivera y bibliotecaria comenzó ganando la oposición al cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1924. En su biografía destaca su implicación en la difusión cultural a través de las Misiones pedagógicas que se pusieron en marcha durante la Segunda República Española para que cada pueblo pudiese contar al menos con una pequeña biblioteca. En aquellos años dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia y diseñó el Plan de organización general de Bibliotecas del Estado. Después de la guerra civil su familia fue represaliada y ella misma degradada en el escalafón de su profesión. Posteriormente su diccionario, en el que empleó quince años de trabajo metódico y en el que incluía definiciones, sinónimos, frases hechas y familias de palabras, le dio el reconocimiento que merecía. A ella le han seguido otras conocidas bibliotecarias españolas destacadas por haber dirigido y haber estado al frente de la Biblioteca Nacional de España como son Gloria Pérez Salmerón o Ana Santos Aramburo.
En cualquier caso y aunque tradicionalmente se asocie la biblioteconomía con una profesión femenina, no es solo el rol de las mujeres en las bibliotecas el que ha de reivindicarse, sino que el mismo estatus de la profesión es el que también hay que poner en valor. En este sentido hay que recalcar la labor de custodia de la cultura que realizan y cómo sus anaqueles y archivos, donde reposa el conocimiento, representan un faro para la humanidad que nos avisa que nuestra supervivencia como especie no es una cuestión biológica sino cultural.