Un viaje de pocos metros

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Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el  7 de junio de 2023

La semana pasada se hizo pública la Estadística de Violencia Doméstica y Violencia de Género que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) con los datos del Registro Central de Protección de las Víctimas del Ministerio de Justicia. El número de mujeres víctimas de violencia de género aumentó en un 8,3% en el año 2022, hasta llegar a contabilizarse un total de 32.644. Este tipo específico de violencia incluye, según la LO 1/2004, todo acto de violencia física o psicológica, agresiones a la libertad sexual, amenazas, coacciones o privación arbitraria de la libertad que se inflige contra una mujer por parte de su pareja o expareja. En el conjunto, destacan tres comunidades autónomas por tener mayor número de víctimas de violencia de género. Éstas son: Andalucía (7.417), Comunitat Valenciana (5.007) y Comunidad de Madrid (3.062).

Hay que reseñar también que desde 2003, año en el que empezaron a tipificarse este tipo de crímenes, el número de mujeres asesinadas asciende a 1.205. Una cifra lo suficiente significativa que concuerda bien con el calificativo de «terrorismo machista» o «terrorismo de alcoba» como lo llama Diana Raznovich en una de sus viñetas de denuncia. El caso es que estas cifras tendrían que abrir el debate sobre la urgencia de una educación afectivo sexual en la pubertad y en la adolescencia que corrija y elimine los estereotipos género. Estos estereotipos perviven hoy en el imaginario colectivo y normalizan la desigualdad estructural con la que históricamente se han construido las relaciones entre hombres y mujeres. Un panorama que parece haber llegado a un punto de inflexión por el fácil acceso que los jóvenes tienen hoy a la pornografía a través de internet y a ciertas plataformas virtuales que difunden mensajes irrespetuosos y misóginos.

Por eso mismo, a punto de acabar el curso escolar, no está de más recordar que la causa de la violencia de género es la desigualdad entre los sexos y que formar «en» y «para» la igualdad contribuye a eliminarla. Sin embargo, en los planes de estudio predominan los contenidos que capacitan para lograr empleabilidad e incorporarse pronto y con éxito al mundo laboral. En contrapartida, se descuida o no se le da la importancia debida a la formación cívica y ética que viene a ser un complemento más que algo sustancial. Por lo general, en los centros educativos prevalece la instrucción y la transmisión unidireccional de conocimientos y se deja en la sombra el lado más humano del alumnado, aquel que se refiere a sus necesidades afectivas y experiencias vividas. Así, quedan desdibujadas las necesidades de respeto, de autoestima y de valoración personal que traen consigo el bienestar del sujeto en su integración social.

Dado que el recuento de los datos estadísticos da una cifra al alza, habría que encontrar el equilibrio entre instrucción y formación. Pero poco se consigue si no se generar una auténtica cultura coeducativa de centro. Un buen procedimiento educativo sería combinar la trasmisión de las teoría, los conceptos y los textos de autoridad con las experiencias vividas. Se trata de activar la memoria social y dar voz al relato del contexto en el que se vive. Así, dramatizar el regreso de una joven a su casa después de una noche de discoteca, o relatar las conversaciones que los chicos vierten en grupo de WhatsApp comentando cómo hablan de las chicas que conocieron en una fiesta, o bien rastrear los machismos que se expanden en las redes sociales, es una forma de conjugar teoría y práctica. Con este formato de prácticas dialógicas dedicadas a investigar el entorno real en el que desarrollan sus vivencias, es más fácil apropiarse de la teoría y detectar la desigualdad cotidiana. De esta forma, hablando sobre lo que pasa, hablan también de lo que les pasa y pueden caer en la cuenta que no hay que viajar a países lejanos, donde la desigualdad es mayor entre mujeres y hombres, para comprobar que las inercias sexista están a pocos metros de casa.

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