Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 23 de octubre de 2021
Utilizar un seudónimo es una práctica legítima en el mundo editorial. Quienes lo utilizan ocultan su identidad con un nombre falso al verdadero. Esto es igual en todos los casos, la diferencia está en los motivos que desencadenan ese proceso de travestismo onomástico. No es lo mismo esconderse detrás de un nombre falso por marketing que por imperativos legales, máxime cuando no queda más remedio que hacerlo si se quiere publicar. Esto último fue lo que le ocurrió a Concepción Arenal que durante un tiempo encontró una exigua fuente de ingresos en los artículos que publicaba sin firmar en el periódico La Iberia. Todo cambió para ella con la Ley de Imprenta, de 15 de mayo de 1857, que obligaba a que cualquier artículo político, filosófico o religiosos que se imprimiera, debía llevar la firma de sus autores. Desde aquel momento ya no pudo trabajar en ese medio. De hecho, sólo un mes y medio después, el 30 de junio, el periódico publicaba una nota en la que informaba a la opinión pública de su cese como colaboradora fija, agravándose así aún más su situación económica al quedar viuda aquel mismo año y no poder ganarse la vida escribiendo editoriales. Como no podía firmar con su nombre, por no estar bien visto ni ser concebible que una mujer escribiera textos sesudos, presentó con el nombre de su hijo su ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad. La obra resultó premiada y publicada en Madrid por la Imprenta del Colegio de Sordo-Mudos y de Ciegos en 1861. Como era de esperar fue su hijo, un niño de once años, quien recogió tal distinción ante un auditorio masculino que no mostró extrañeza por el hecho de que aquella obra, con tanto calado intelectual y social, hubiese sido concebida y escrita por un menor de edad. Algo que no hubiera sido verosímil si se hubiera tratado de una mujer.
El caso de Concepción Arenal es uno entre muchos más en los que para poder publicar se omite el nombre de mujer o se utiliza un seudónimo masculino. Durante siglos anónimo fue nombre de mujer, como dejó dicho Virginia Woolf. Un anonimato al que las mujeres se vieron obligadas por denegarles el derecho a usar la palabra en el ámbito público. Una injusticia que viene de tiempos remotos cuando, en la Antigüedad, el derecho a ser escuchado quedaba vinculado a la igualdad de palabra (isegoría) y la igualdad ante la ley (isonomía). Sólo los varones que disfrutaban de esas dos condiciones, merecían ser escuchados en público. Fue esta tradición misógina la que excluyó a las mujeres y les privó de voz y de palabra en el espacio público. En tales circunstancias no es extraño que recurrieran a los seudónimos masculinos como hicieron en el siglo XIX las hermanas Brontë, que firmaron con distinto nombre de varón pero con el mismo apellido Bell, en un intento por no querer borrar del todo el vínculo familiar que les unía. También utilizaron seudónimo Cecilia Böhl de Faber que publicó como Fernán Caballero o Amantine Aurore Lucile Dupin a quien se le conoce como George Sand y así unas cuántas autoras más.
La cuestión es que el recién premio Planeta ha fallado a favor de Carmen Mola y ha destapado un caso inverso de uso de seudónimo en el que tres autores se han ocultado bajo un nombre de mujer. Algo cuanto menos curioso. En otros momentos históricos, el que un varón se hiciera pasar por una mujer que escribe, además de contar con dificultades legales, se hubiera visto como un desvarío e incluso como algo en cierto modo indecoroso. Pero vivimos otros momentos en los que firmar con nombre de mujer añade un plus al marketing editorial que siempre analiza el mercado y selecciona a sus potenciales clientes. No por casualidad los tres escritores se desenvuelven bien en los medios de comunicación y saben diseñar guiones y productos audiovisuales que se distribuyen con gran aceptación entre las competitivas estructuras empresariales del siglo XXI.
Los tres aparecen risueños y satisfechos en las fotos, no sólo por el éxito y la cuantía del premio sino porque, según ellos mismos reconocen, han podido salir del anonimato que tanto les pesaba. En otras palabras, al fin han tenido el protagonismo que deseaban. Dicen también, sin darle mayor importancia, que eligieron ese nombre porque les molaba y con ese seudónimo escribieron a seis manos las novelas, además de la premiada, que han publicado desde 2018. Resulta difícil de creer que la elección fuera tan gratuita y que no consideraran, en algún momento, que hay más lectoras que lectores y que corren tiempos de feminismo en los que se reivindica la autoría y la visibilidad de las mujeres en la cultura. Por mucho que quieran dar otras razones, todo apunta a una meditada estrategia de marketing para la comercialización de un producto. Claro está que cabe siempre la duda pero al menos yo no les veo ni tan ingenuos ni tan inocentes.