Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 7 de mayo de 2024
Los encuentros fortuitos suelen darse en la feria del libro que cada año promociona la lectura y la escritura. Se trata de un evento popular en el que paseantes de todas las edades transitan por los pasillos donde las casetas exponen sus fondos editoriales para su venta. Ya sea a un lado u otro, caminando como público interesado en las últimas novedades o firmando ejemplares, lo cierto es que se dan coincidencias inesperadas que van más allá de toparse con amigas o conocidos. La casualidad quiso que me encontrara firmando ejemplares de mi último libro, titulado «La violencia de género explicada a adolescentes», cuando dos niños de unos 11 años se acercaron. Iban solos y uno pasaba su brazo sobre el hombro del otro en señal de camaradería. Se les veía distraídos pero, nada más vieron la portada del libro, se pararon en seco y el más sonriente la tocó con su dedo índice mientras deletreaba en voz alta: «violencia de género». Para mi sorpresa no siguieron hacia adelante, con la corriente de gente que avanzaba, sino que retrocedieron para llamar a otros más que al poco reaparecieron para contemplar aquel libro cuyo título les llamaba tanto la atención.
Era una escena extraña, volcaban sus rostros hacia el expositor como si los libros fueran dulces con poder de atracción. Pensé que se trataba de un grupo de escolares de algún colegio que había decidido realizar una actividad extraescolar en ese recinto y esperé a que llegara la persona adulta que les acompañaba. Cuando apareció, no pude menos que preguntarle por qué demostraban ese interés el grupo de niños y niñas que llevaba a su cargo. Me dijo que pertenecía a la ONG Save the Children y me dio por explicación que aquel grupo de menores eran víctimas de la violencia de género. No solo hablaban y trataban de ese tipo de violencia en clase sino que también la habían vivido y padecido en casa. Verles salir a flote y reconocerse en un término que pone nombre a su dolor, me ayudó a pasar la tarde con mejor ánimo y mayor confianza en todo cuanto se hace por la infancia en riesgo de exclusión social.
Fue a raíz de su reconocimiento legislativo como víctimas de violencia de género, cuando empezaron a desarrollarse medidas de protección jurídica específicas y servicios especializados para su atención. En ese marco es preciso contar con personal especializado que trabaje en equipos multidisciplinares y afronte los mecanismos de evaluación de manera periódica para adaptarse a las variables que puedan surgir, evitando la revictimización y garantizando los derechos de la infancia y de la adolescencia. El caso es que el encuentro fortuito en la feria del libro con aquel grupo de menores víctimas de la violencia de género, me trajo a la memoria que en estos primeros meses de 2024 han sido asesinados siete menores por violencia vicaria. Una cifra mayor que en otros años y que ha despertado alarma. Un dato que remite irremediablemente a la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de Protección integral a la Infancia y a la Adolescencia frente a la Violencia de Género, para exigir que se cumplan las medidas de atención a las víctimas con la dotación necesaria y se pueda revertir esta situación dramática de manera eficaz y real.