Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 14 de junio de 2022 (archivo pdf).
Las paredes fueron uno de los primeros soportes del arte. De hecho, las primeras manifestaciones creativas del Paleolítico se encuentran en el entorno rocoso de las cavernas que servían de abrigo y refugio. Pasar de aquellas rocas a los muros y paredes de la ciudad ha sido el tránsito que ha llevado a cabo el grafiti desde que se dio a conocer, a finales de los sesenta del siglo pasado, dentro de la cultura hip hop de raíces afroamericanas que surgió en Nueva York, en concreto en el Bronx. Puede decirse que en este recorrido de vuelta, el arte regresa a sus inicios distanciándose de los recintos institucionalizados que lo custodian con reverencia cuasi religiosa. Por eso mismo, cuando Banksy introdujo a escondidas en el British Museum una piedra sobre la que él mismo había dibujado un bisonte prehistórico, un cazador y un carrito de la compra de los que se utilizan en los supermercados, muchos lo interpretaron como una denuncia y no tanto como una broma irrelevante. Aún así, a la mayoría esta acción solo les sacó una sonrisa jocosa y no llegaron a ver que su intención era cuestionar los presupuestos ideológicos del arte entendido en sentido tradicional y convencional.
Sin embargo para un público atento, esta cuestión no pasó desapercibida y mucho menos cuando, en otra de sus obras, dibujó a un empleado de la limpieza municipal borrando con un potente surtidor de agua unas figuras pintadas en la pared que eran una reproducción exacta de las más célebres del arte rupestre. Con ello planteaba de forma explícita qué criterios debían seguirse para determinar qué puede ser considerado o no arte, o bien, qué puede ser expuesto o no en los museos. Desde luego, a estas alturas del siglo XXI, es innegable que el arte del grafiti es una de las manifestaciones plásticas más comunes en las sociedades actuales. Por eso mismo, no puede entenderse como si fuera una mera pintada sin intencionalidad artística, sin estilo ni formulación estética y quienes así lo piensan dejan en evidencia su ignorancia. Es cierto que por su carácter callejero y efímero, tardó en entrar en los circuitos del arte oficial pero hoy, con figuras tan reconocidas como Jean Michael Basquiat, Keith Haring o el propio Banksy, ya ha conseguido su consagración institucional en el universo de las artes visuales. A ello contribuyó, no cabe duda, la Tate Modern de Londres cuando en 2008 ofreció su fachada de ladrillos rojos a unos cuantos grafiteros internacionales para que plasmaran sus propuestas bajo el título de Street Art at Tate.
Pese a todo, siempre aparecen suspicacias cuando estas creaciones son asimiladas en los espacios oficiales del arte. Y eso fue lo que sucedió en 2018 con el grafiti que los artistas PichiAvo realizaron en el claustro renacentista del Centro del Carmen de Cultura Contemporánea. Fue una intervención mural de más de mil metros, en blanco, negro y plata, que iba en consonancia con la exposición “Eureka” de Okuda que en esos momentos se podía contemplar en las salas contiguas del mismo museo. Es más, este artista que comenzó como grafitero realizó ese mismo año su máxima obra callejera al encargarse del diseño de la falla oficial del ayuntamiento de la ciudad de Valencia. Todos estos datos, reunidos y contextualizados, dan muestra del hilo conductor que motivó el acierto de la gestión cultural de Jose Luis Pérez Pont. Quienes visitaron aquellos días el museo, se toparon primero con el grafiti de PichiAvo que servía de antesala a la exposición de Okuda. Y claro está, se abrió el debate entre la crítica, la prensa y el público espectador. Algo que, por lo demás, no debe incomodar a los museos máxime cuando ya no son recintos que almacenan la alta cultura sino más bien lugares de diálogo y reflexión para quienes los frecuentan. En esa dinámica, como suele decirse, las paredes oyeron de todo aunque se escucharon más aplausos que críticas negativas como lo demuestra su éxito con la afluencia multitudinaria de visitantes que tuvo.
Lógicamente quienes no participaron de esa misma sensibilidad estética, mostraron estupor y rechazo. Incluso hubo quien no encajó bien aquella intervención mural y elevó su queja a los tribunales por creer que dañaba de manera irreversible un bien patrimonial de valor histórico. De esto hace ya unos años, pero hace poco se ha sabido que aquella demanda se ha cumplido a nivel judicial con una multa poco cuantiosa por daños leves y de la que cabe recurso. En la sentencia solo se hace referencia a la dificultad de evacuar las aguas retenidas por el muro a consecuencia del grafiti que se pintó. Algo que ya está subsanado pues hoy en día el claustro luce de nuevo de color siena tostada y el recinto ha recuperado su atmósfera habitual. En suma, a pesar del intento político por magnificarlo, todo ha sido “peccata minuta” quedando de manifiesto los presupuestos ideológicos y extra-artísticos que motivaron el procedimiento jurídico. Mientras tanto, por fortuna, el Centro del Carmen de Cultura Contemporánea, sigue abriendo sus puertas a nuevos públicos que, acorde con los tiempos que corren, se interesan por temas sociales candentes y no se escandalizan con las interesantes propuestas artísticas que versan sobre los límites institucionales y convencionales del arte.