No hay nada más asfixiante para el arte que quedar sometido a los dictámenes de una ideología considerada “correcta”. Es este un paradigma clásico que procede de Platón y que fue criticado por Nietzsche quien ya en el XIX nos había alertado de lo peligroso que era que las producciones artísticas sucumbieran a valoraciones impuestas y externas al arte, puesto que de hacerlo quedarían sometidas de forma inexorable a su servicio. Al respecto, nadie mejor que Benjamin quien, antes de producirse la Segunda Guera Mundial, tomó conciencia de cómo el auge de las ideologías totalitarias del siglo XX convertirían la política en una extensión de la estética. Es en esta tesitura donde los intereses ideológicos se entrecruzan con las necesidades de la propaganda política y, en último extremo, provocan una práctica artística retrógrada como la que vivió Polonia de 1949 a 1954 con el realismo socialista de inspiración soviética, que fue la única forma de arte autorizada durante aquellos años.
Sin embargo, a tenor de la exposición que nos reúne hoy en torno al arte joven polaco de la colección de Krzysztof Musial, que acoge el Centro del Carmen de Cultura Contemporánea (CCCC) de Valencia, he creído conveniente realizar un breve excursus histórico para comprobar cómo en estas últimas décadas los artistas polacos han orientado su práctica hacia una crítica social, alejada de un tipo de arte dirigido y planificado por el Estado. Se trata de una exposición colectiva impulsada por el Consorci de Museus de la Comunitat Valencia, el Instituto Polaco de Cultura de Madrid, el Centre de Documentació d´Art Valenciá Contemporánea (CDAC) y el Institut Universitari de Creativitat i Innovacions Educatives de la Universitat de Valencia (IUCIE). Esta iniciativa se completó con una Jornada Internacional bajo la temática : “El arte mueve mucho a pensar. Diálogo de cerca y lejos desde la libertad, la identidad y la diferencia”, que se celebró el pasado 30 de noviembre en el mismo Centro del Carmen de Cultura Contemporánea y que reunió a diversos ponentes de ambos países.
Antes que nada, no está de más recordar que pocos países han sido invadidos y aniquilados como Polonia que tiene tras de sí una historia reciente de resistencia heroica y donde el arte pugnó por adquirir un carácter nacionalista con el que distanciarse de la opresión. Tanto Stanislaw Wypianski que a finales del siglo XIX creó en Cracovia el movimiento «Joven Polonia» para el resurgimiento de los valores nacionales, como Stanislas Ignacy Witkiewicz que en el período de entreguerras destacó por su expresionismo radical y violento, ejemplifican el papel capital que, en sus más diversas manifestaciones, tuvo el arte en este país en su afán contestario. Así en las primeras décadas del siglo XX, antes de que se produjera la invasión soviética, se fundó en Varsovia, en 1924, el «Bloque de los cubistas, los suprematistas y los constructivistas» que reunió toda la vanguardia de la época. Poco después, en 1931, el grupo «Praesens», caracterizado por su dinamismo, organizó en Lodz una «Colección Internacional de Arte Moderno». Luego, una vez finalizada la segunda Guerra Mundial, Polonia quedó sumida en la URSS y el arte tuvo que seguir las directrices prescritas políticamente con la consiguiente aniquilación de la libertad del artista.
De tal forma que, más de veinte siglos después de que Platón enunciara en La República y en las Leyes un modelo planificado para el arte al servicio del Estado, la URSS lo llevó a cabo e impuso la vigilancia y la censura a todo artista que no asumiera que la creación artística debía ser sistematizada y conducida según los planes del materialismo dialéctico que entendía el arte como un arma de clase. Polonia no pudo escapar a esta tendencia siendo como era un estado satélite de la Unión soviética, tal como a diario se encargaba de recordar a la población el Palacio de Cultura y de Ciencia (PkiN) desde el centro mismo de la ciudad de Varsovia. A pesar de ello, la política del deshielo permitió la aparición de otro tipo de corrientes artísticas como el surrealismo de Tadeusz Kantor, laabstracción geométrica de Lublin, el arte matérico de Bronislaw Kierzowskki, el expresionismo de Ziemki o la abstracción metafísica de Nowosielski. Pero fue a partir de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando la vanguardia polaca se mostró más dinámica con artistas como Hasior, Makowski, Gostomski o Winiarski entre otros más. Y, desde entonces hasta ahora, el arte polaco ha abandonado el lenguaje oficial del realismo socialista para adentrarse, con las poética que a título individual eligiera cada artista, en su crítica al orden imperante del mercado, la publicidad y la espectacularización de la cultura.
Entre la desaparición de la URSS en 1991 y el escenario político y cultural tan desolador que Europa vive en estos momentos, las propuestas creativas polacas no remiten en la actualidad ni a la mera estetización ni a la eficacia propagandística del arte. Y en eso siguen la estela recorrida por el arte contemporáneo a nivel internacional. Si volvemos la mirada a la exposición del joven arte polaco que hoy nos ocupa, veremos que las obras expuestas utilizan el lenguaje plástico para hacer reflexionar al espectador y activar su conciencia crítica. Se trata de una exposición colectiva que incluye óleos y acrílicos sobre lienzo, collages, temperas y fotografías. La intención artística que les une, emerge del desafío creativo con el que nos hacen llegar el entorno donde están insertas sus obras en un momento histórico regresivo. En ese sentido, por citar algunos de los artistas que conforman la muestra, resultan igual de cercanos esos jóvenes desnortados y pensativos que muestran los óleos de Adam Adach, o las líneas que a modo de alambrada encierran las figuras de los collage de Bogusław Bachirczyk, o esa fotografía de Gut Adam donde uno de sus protagonistas da la espalda y otro mira con suspicacia lo que deja atrás o lo que se les viene encima. O también la oscuridad simbólica que proyectan los diamantes de Wiktor Dyndo, o la figura hundida en el agua que Agata Borowa pinta con la fuerza cromática del acrílico. O la figura invertida de un animal contaminado que refleja en su obra Basia Banda, o esos parajes naturales de Julia Cybis que parecen protestar por una Europa demasiado desnaturalizada o, finalment, esos osos pardos que pinta Dziaczkowski que semejan salidos del Parque Nacional de Bieszczady y que funcionan como metáfora de un poder reaccionario al que se quiere frenar. Se trata a todas luces una exposición colectiva que muestra la renovación creativa que el joven arte polaco adquiere en estos momentos dentro del panorama del arte contemporáneo internacional.