Paseando con Aristóteles

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Restos arqueológicos del Liceo de Aristóteles descubiertos en 1996.
By Davide Mauro [CC BY-SA 4.0 ], from Wikimedia Commons
Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 07/10/2018.

Allí todos éramos sofistas, incluso quien a través del micrófono nos acusaba de serlo. ¿Acaso no vendemos todos nuestras lecciones y somos itinerantes como hicieron Protágoras, Gorgias o Trasímaco que cobraban por sus enseñanzas y se desplazaban por las ciudades de la Magna Grecia?. Desde luego no fue un gran descubrimiento porque todos lo sabíamos. Más tarde llegó el momento de las discrepancias que siempre son bienvenidas porque alimentan el debate y ponen en movimiento el pensamiento. Pero la forma de disentir, esgrimiendo el dedo índice y lanzando miradas dies irae, fue discutible. Ocurrió hace una semana en el Ateneo de Valencia, ante un foro de más de un centenar de personas. Parece ser que lo que provocó la condena, entre otras cosas, fue la herejía del historicismo. Y resultó extraño porque en ningún momento hubo, por parte de la ponente, predilección por una versión historicista de la historia. Me refiero a aquella que la presenta como si estuviera construida por entidades dadas en un universo ideal: el pasado. En el historicismo el investigador cree acceder de manera objetiva a los textos y a los documentos históricos. De este modo cree poder elaborar una teoría pura que refleje de modo neutral los hechos tal y como acontecieron. El historicismo así entendido es ingenuo y equivale al positivismo de las ciencias sociales. Pero ya Habermas, en Conocimiento e interés (1965), nos recordó que el investigador accede a la historia desde su propio mundo. Pasar por alto ese punto de partida es un error pues la historia no tiene nada que ver con un número ilimitado de acontecimientos pasados que están en algún lugar abstracto esperando a que el investigador los descubra. Este tipo de objetividad no es a la que puede aspirar la historia pues el pasado está abierto a múltiples interpretaciones.

Resumiendo, la historia tiene su origen en el presente ya que comprender lo que ocurrió en el pasado se hace siempre desde un presente que se percibe complejo y que es necesario aclarar. Se va al pasado buscando el origen de los problemas actuales y con el ánimo de encontrar soluciones para el futuro. El intérprete de un texto tiene su propio marco de entendimiento pero el sentido del texto no se agota en la comprensión de la tradición, sino que se completa con un comprenderse a sí mismo al comparar el mundo de la tradición con el propio presente. De ahí que una lectura comprensiva del mito de la caverna vinculada a la televisión o de la biblioteca de Alejandría con la biblioteca digital de Internet, sólo es posible desde nuestro presente histórico y no antes. Y es por ello que, para Habermas, la investigación histórica no está regida por un interés técnico sino por un interés práctico-cognoscitivo. Ese fue mi planteamiento, crítico con el historicismo, para confrontar y relacionar temas de actualidad con un pensador clásico como es Aristóteles (384-322 a.C), todo un referente en la historia de la filosofía.

Con todo, revisitar la filosofía aristotélica exige presentarla en aquel momento histórico en el que se comienza a filosofar desde el asombro que producen los sucesos del mundo y de los que no se conocen sus causas. El mito fue el primer intento de explicación con el que paliar la angustia que producía la imprevisibilidad de los acontecimientos. Sin embargo fue la filosofía la que, como episteme, sustituyó al mito y logró conjurar el horror de lo imprevisible al buscar el origen y las causas de las cosas. Y en ese camino filosófico-metafísico Aristóteles es un punto de referencia que no se puede obviar. Como se sabe, Aristóteles descubrió el principio de contradicción, sentó las bases del razonamiento deductivo y del razonamiento inductivo. Detectó los errores de los entimemas y nos enseñó que un acopio de información sin más no es conocimiento. En cuanto a la acción, presentó una ética de las virtudes y una forma de gobierno preocupado por la felicidad de la mayoría a la que denominó politeia.

Pero comparando tradición y actualidad, ¿qué podríamos aprender de aquellas lecciones que el filósofo impartía en su escuela, el Liceo de Atenas?. A mi entender mucho. Los jóvenes que están hoy en las aulas son generaciones audiovisuales, nativos digitales, tecnomonopolistas, también conocidos como «mobil only», que se enfrentan a una hiperinformación sesgada, construída a la medida de una cultura del espectáculo y alimentada por una irreflexividad cínica. Conocer el contexto histórico en el que hoy vivimos y desde ahí, a la manera peripatética, pasear con Aristóteles y escucharle puede ayudarnos en nuestra praxis docente. En sus enseñanzas sobresale el rumor de fondo que dejan los clásicos en la denuncia de esa lógica entimemática, de silogismos truncados y falaces, de la que se nutren los medios audiovisuales que trabajan hoy para la industria del mercado. También se percibe su rumor de fondo cuando nos previene de la saturación de información que circula por Internet, que hace las veces de una inmensa biblioteca digital. Además, investigó en compañía de Pitias de Aso que fue su mujer, dejándonos el testimonio de cómo el conocimiento y la ciencia no tienen género.

Por último, ese rumor de fondo se rastrea en la necesidad de educar en las virtudes y fomentar una disposición de cáracter comprometido con el ethos social. Y en esa tesitura cuestionaría la democracia que hoy se rige por las leyes económicas y hace cada vez más poderosos a los ricos, hecho constatable por el constante aumento de hogares con rentas bajas y la desaparición progresiva de la clase media con el precariado imperante en la actualidad. Si el pensamiento se construye desde el presente y desde él indagamos en el pasado para explicarnos cómo hemos llegado hasta aquí, no cabe duda que Aristóteles no puede faltar en nuestras lecturas. En ese proceso de gestación del presente desde el pasado para orientarnos en el futuro, los clásicos cumplen una función determinante. Revisitar a Aristóteles, leer sus obras para conseguir una educación clásica, sólo tiene interés en ese sentido porque al fin y al cabo «los clásicos – como dice Italo Calvino – sirven para entender quiénes somos y a dónde hemos llegado».

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