Antonia Bueno Mingallón. La voz habitada

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Artículo publicado en LOS OJOS DE HIPATIA el 29 de diciembre 2020

Por Amparo Zacarés Pamblanco. Associaciò Valenciana de Crítics d´Art (AVCA)

La extensa trayectoria artística de Antonia Bueno Mingallón (Madrid, 1952) resulta tan prolífica como polifacética.  Actriz, dramaturga y directora de teatro, sobresale por su interés constante en sacar de la oscuridad y de los márgenes de la historia a personajes secundarios, fundamentalmente mujeres, que fueron ignorados y olvidados. Como actriz, sus interpretaciones no dejan a nadie indiferente ya sea para enunciar en escena una confesión o un deshago indiscreto.  De hecho, ante los ojos del público, ha encarnado toda una serie de protagonistas de ficción a quienes daba vida y prestaba voz. En esta faceta, una de sus características más destacables es su capacidad para expresar lo que no puede comunicarse con palabras, a fin de que resulte creíble y verosímil. Intencionadamente, esgrime una gran variedad de gestos y de pausas teatrales con las que sostener la tensión poética del drama. En esa dinámica propia de la esencia del teatro que, a decir de Henri Gouhier, vincula la representación con la presencia humana, la actriz ha llegado a ser todo un referente para las jóvenes generaciones que quieren dedicarse a la interpretación y labrarse un porvenir en ese oficio que es una mezcla de formación y vocación. Una profesión para la que se preparó con estudios teatrales relacionados con la pantomima, la danza, la acrobacia o la dramaturgia, entre otros más, y que aprendió de expertos de renombre y de procedencia tanto nacional como internacional….

Siendo consciente de que una actriz nace tanto como se hace, incluyó en su proceso de formación las enseñanzas del sistema Stanislavski, del teatro balinés o de la Commedia dell´Arte. Los años de preparación la ayudaron a manejarse con una dicción perfecta para enhebrar diálogos o entonar monólogos sin desviarse un ápice de lo requerido canónicamente por el código teatral. Pero también supo intuitivamente introducir en los intersticios de un texto el recuerdo de una herida o la alegría de una ilusión para llorar y reír en la ficción con silenciosas lágrimas y sonoras carcajadas que siempre eran de verdad. Una situación que puede derivar en un tipo de alienación inducida y por la que puede llegar a pagarse un alto precio emocional. Por este motivo, hay que amar mucho este arte para saber moverse en la dialéctica continua de estar a la vez lo suficientemente dentro y lo convenientemente fuera. En otras palabras, hay que saber concentrarse antes de salir al escenario y recordar lo esencial que va a suceder sobre las tablas sin perecer en el intento. Desde luego, Antonia Bueno sabe hacerlo con creces. Y así ha sido desde su paso por el Teatro Independiente en Madrid hasta llegar a convertirse en una actriz, de los pies a la cabeza, a la que la crítica ha elogiado reiteradamente por lidiar con la complejidad que supone saber esconderse y descubrirse tras cada personaje de ficción que interpretaba.

Antonia Bueno en «La niña tumbada», «Trilogía de Mujeres Medievales» y «La Celestina»

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