Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 11 de noviembre de 2024
La eliminación y el recorte presupuestario en la prevención de las emergencias climáticas es una irresponsabilidad política que se ha hecho evidente en la DANA del 29 de octubre. Minimizar y negar el cambio climático, tal como trasmitía el actual gobierno autonómico de la Comunidat Valenciana, resulta de una gravedad insoportable. A los hechos me remito y, en concreto, a los centenares de víctimas mortales que hubieran podido evitarse. Detrás del negacionismo hay una lógica económica voraz que trata las reivindicaciones sociales y ecológicas con indiferencia. La socióloga Ellen Meiksins Wood, al analizar la democracia frente al capitalismo, afirma que el neoliberalismo difícilmente puede librarnos de la devastación ecológica. Y no es la única que lo mantiene. En realidad, su lógica expansionista es hostil a la salud ecológica y a un mundo sostenible y respetuoso con la naturaleza, sus ciclos y sus necesidades. Una situación dramática que obliga a repensar lo político y lo público y que no exime de responsabilidad a quienes gobiernan.
En medio de tanta desolación y duelo ha destacado la solidaridad de la ciudadanía que ha sabido responder como un organismo vivo en el que sus partes están relacionadas entre sí. En esencia, actuar con solidaridad es sentirse parte de un todo, pertenecer a un mismo conjunto y compartir una historia común. Todo ello genera cohesión e interdependencia y eso mismo dejaba ver la cadena humana que llegaba a las zonas dañadas en auxilio de las personas damnificadas. Un voluntariado, de todas las edades y de todas las partes, se movilizó de inmediato mostrando un sentimiento de comunidad que antes de la catástrofe no parecía existir por ningún lado. De ahí el asombro inicial que provocaron las imágenes de tanta gente joven aplicada a las tareas de desescombro y socorro. No cabe duda que ha sido crucial su participación en ese saberse parte de una comunidad real, efectiva y concreta. Habría que tenerlo en cuenta para no dejar que el sentimiento de comunidad se convierta en algo ilusorio, formal y desvinculado de la vida en vecindad. Es este sentimiento de solidaridad, subjetiva y objetiva, el que tendría que fomentarse educativamente para interiorizar la diferencia que existe entre ser una sociedad o ser una multitud.
Además, a esta educación de corte cívico y democrático, habría que añadir el respeto de quienes hablan con voz experta y son autoridad científica. El cambio climático no es un debate para la ciencia, no lo es para el CSIC o la AEMET, sino un hecho al que hay que hacerle frente con una voluntad política atenta y dispuesta a tomar medidas preventivas eficaces y necesarias. Avisar a la sociedad civil es una de ellas y la alerta no se activó a su debido tiempo. Considerar el SMS de aviso como una intromisión cuando sirve de advertencia y recuerda la necesidad de ponerse a resguardo, es dar pábulo a bulos y otras falsedades. Se trata de una señal de radio que llega a los teléfonos móviles que están por la zona en riesgo y que es utilizada en países acostumbrados a terremotos o inundaciones. Si políticamente se le hubiera dado la importancia requerida, las pérdidas humanas y los daños materiales no tendrían las dimensiones alcanzadas. A modo de sugerencia, no queda otra que incluir en las escuelas, como parte de la formación cívica y desde la más temprana edad, el saber cómo protegerse y actuar ante una situación de emergencia y de catástrofe natural. Hay que considerarlo porque el riesgo que tienen este tipo de tragedias de repetirse es real, es grande y puede que sea más pronto que tarde.