MARÍA  ZAMBRANO EN  LA MALVARROSA

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En marzo, mes reivindicativo por los derechos de las mujeres, tuve la oportunidad de llevar la obra de María Zambrano a la Universidad Popular.  La invitación partió del profesor de filosofía José Emilio Batista Ramos y allí,  ante un público atento de la Escuela de Adultos y del Grupo de Mujeres de la Malvarrosa, recordé cómo la filósofa fue la única mujer con credenciales de la Universidad Central de Madrid que formó parte de aquel exilio de intelectuales selectivo que la Casa de España en México impulsó con Daniel Villegas Cosío. Sin embargo, a María  el hecho de ser mujer jugó en su contra y sólo logró formar parte de aquel grupo de intelectuales que viajarían invitados a México por la intercesión  y la insistencia de su amiga la pintora Maruja Mallo que desde Cuba donde vivía entonces, realizó ante el gobierno mexicano. 

También recordé que María Zambrano, fue la única  filósofa de aquel grupo de mujeres  artistas y escritoras, afines a la República que se conocen hoy como las Sinsombreno. Un apelativo que reciben por el gesto rebelde  que realizaron Maruja Mallo y  Margarita Manso al quitarse el sombrero delante de la Puerta del Sol en aquellas primeras décadas del siglo XX. Dejarse la cabeza  y los cabellos al descubierto llevaba implícito el simbolismo de no sujetarse a ideas preconcebidas y abrirse a nuevas ideas en total libertad. Un acto simbólico por el que recibieron insultos y fueron apedrearas. A aquel grupo de mujeres, nacidas entre 1898 y 1914, perteneció la filósofa. Un grupo de mujeres valiosas que fueron olvidadas y que la agenda feminista actual, al recuperar los referentes femeninos en la cultura, las ha traído a la luz y les ha dado el reconocimiento que merecen. Fueron del mundo de las letras  Concha Méndez, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin, Rosa Chacel y Maria Teresa León, del ámbito de la filosofía María Zambrano y del campo de las artes Marga Gil Roësset, Maruja Mallo y  Margarita Manso.

Y claro está, también resalté que la filósofa  fue la única mujer en aquel grupo del pensamiento español en el  exilio  por mérito propio, por haber iniciado una corriente filosófica que retomaba el logos que anidó en la poesía  y en la conciencia trágica en los orígenes del Humanidad. María Zambrano fue la filósofa de la Generación del 27 y  sin embargo arrastró durante mucho tiempo la etiqueta de ser la discípula de Ortega y Gasset.  En realidad su pensamiento tiene impronta propia y su originalidad es reconocible no solo en lo que dice sino en como lo dice. El distanciamiento con su maestro se produjo ya desde 1934 cuando escribió  “Hacia un saber del alma”, un texto que no le gustó a Ortega y Gasset y que le hizo creer que María Zambrano había desvariado y había abandonado la senda razonable de la filosofía.

Pero María Zambrano no había desvariado ni presentaba la sin razón, solo  reivindicaba otro tipo de razón, otro tipo de logos que denominó razón poética. Su motivación fue recuperar para el pensamiento todo cuando procede de las “entrañas del ser”, todo cuanto está en la vida y no trata la ciencia. Sus temas fueron el amor, la muerte y el padecer humano. Para la filósofa había que prestar atención aquellos saberes que proceden del arte, de la poesía y  de lo que hay en común en todas las religiones. Aquellos saberes que en definitiva afrontan el padecer humano. Reclamaba de esta forma una visión integradora del ser humano que tuviera en cuenta sus temores, sus deseos, sus pasiones y sus sentimientos.  Una visión que la filosofía europea había abandonado por  reducir las cuestiones del psiquismo humano a meras cuestiones científicas.

En  Delirio y Destino, su libro autobiográfico,  reconocía que es en el alma donde sentimos la comunidad y  la comunicación . “Perder el alma es perder el tiempo en común” ,  con ello apela  a marchar en común, a caminar  juntos como humanidad . Defiende así una ética basada en el amor, la entrega y la piedad. Una ética que no guarda relación con el intelectualismo platónico o el imperativo categórico kantiano. No es el deber ni la razón teórica la que nos impulsa a actuar, sino el amor. Esta ética de corte spinozista es hoy más urgente que nunca en medio de una civilización tecnológicamente avanzada y moralmente desalmada.  Precisamos otra forma de pensar, una forma de decir  nueva que abra esa luz interior del corazón para acceder a otros poros de lo real y salir de la ceguera y la orfandad en la que estamos viviendo. Ese otro logos  clama en la obra de la filósofa que cuestionó los fundamentos de la razón clásica y relanzó la legitimidad cognitiva de la razón poética.

La participación del público asistente fue cálida y acogedora. Entre palabras de felicitación y saludos de despedida, me comentaron que los actos conmemorativos de la semana del 8 de marzo incluían, además de mi charla sobre la filósofa, la performance “Las Sinsombrero”  que había preparado el taller de teatro de la Escuela de Mayores. “Yo hago de María Zambrano”  y “yo de Maruja Mallo”, me dijeron sonriendo.  Pepa, Lola, Angels, Tere, María Jesús, Ana ….   toda mi gratitud y afecto y que el adiós sea un hasta pronto.

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