Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 28 de febrero de 2023
El pasado miércoles quedó inaugurada la feria de Arte Contemporáneo ARCOMadrid 2023. Una cita que convoca cada año a las galerías de arte para que presenten sus propuestas y adquisiciones recientes. Una inauguración no exenta de polémica por las declaraciones de su directora y al hecho de que el Ministerio de Cultura no cumpla con su compromiso de Igualdad destinando solo un 7% a la compra de obra femenina. Una vez más se ha hecho evidente que la obra realizada por mujeres no entra en sus parámetros, al menos no en términos de igualdad. Así lo ha denunciado MAV (Mujeres en las Artes Visuales) a través de la acción artística o performance que han llevado a cabo cuatro artistas en nombre de esta asociación. Mónica Mura, Virginia Jordà, Asun Requena y Violeta Vivares, ataviadas las cuatro con pegatinas magenta en las que se leía «No 7%», recorrieron los stands y pabellones dispuestos para esta ocasión en el recinto de Ifema. Fue una acción deliberadamente planeada para sacudir la conciencia de quienes asisten a esta feria. Las artistas utilizaron su cuerpo como material artístico y se implicaron directamente con el público espectador con la finalidad de hacerle tomar conciencia de ese porcentaje que mantiene la tendencia a excluir a las mujeres de los espacios de arte. Hay que destacar que esta práctica artística no ha consistido solo en tomar el espacio expositivo para recorrerlo sin más y que ha culminado con el rastreo y colocación de un punto positivo en aquellas galerías donde había expuesta obra de alguna artista. Con ello esta acción asume el rasgo más sorprendente que, a decir de Susan Sontag, contiene todo performance. Me refiero al hecho de provocar y molestar al público, en este caso a quienes dentro del sistema del arte siguen manteniendo criterios y sesgos de género que obstaculizan la consideración de las mujeres como sujetos activos de creación.
Desafortunadamente no parece ser que esta demanda de equidad haya calado en profundidad entre quienes dominan el circuito del mercado del arte y este es el motivo por el que el asociacionismo de mujeres para la acción cultural, surgido a principios del siglo XXI, sigue siendo tan necesario. De hecho es bastante habitual que, ante el espejismo de confundir la igualdad formal con la real, se convoquen diversas y continuadas acciones de denuncia y no sólo en el ámbito de las artes visuales. En otros, como el de la música, el cine o la cultura en general, son otras las asociaciones que persiguen el mismo objetivo que no es más que hacer efectiva la LO3/2007 en su artículo 26. De nuevo no se ha cumplido el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres en lo referente a la creación y difusión de la producción artística. Esta injusticia, consecuencia de la discriminación estructural y/o difusa que sufren las mujeres en la cultura, sigue sin abordarse con la determinación y urgencia que precisa. Todavía, en este contexto de desequilibro, no resulta extraño escuchar explicaciones erróneas basadas en la falta de calidad de la obra de autoría femenina, olvidándose que es el canon hegemónico el que impide que la obra creada por mujeres se valore, se exponga y se compre. Tres verbos que sólo se pueden conjugar unidos y por ese orden. De hecho, si el paradigma androcéntrico no cambia, seguirá siendo difícil que la obra realizada por mujeres sea valorada. Y es obvio que si no se valora apenas tendrá oportunidad de exponerse y mucho menos de ser adquirida por coleccionistas, centros de arte o museos. Tres verbos, pues, que funcionan a modo de tres fichas de dominó que han de colocarse una detrás de otra para comprender en su justa medida el ostracismo al que mucha obra femenina aún queda condenada.
Imaginar un mundo en el que sea posible la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta artística y cultural, ha de ser prioritario para quienes se ocupan de aplicar medidas de acción positiva con las que se pueda corregir esta situación de desigualdad. Una imaginación tal solo puede traer efectos beneficiosos a la hora de entendernos y relacionarnos socialmente. Y dándole vueltas a esa idea, me sobrevino el recuerdo de Yoko Ono y de sus perfomances dirigidas a atraer la atención hacia un relato común en el que participaban tanto la artista como un público empático. A medio camino entre su vida privada y profesional, se sabe que finalmente ha sido reconocida como coautora de la célebre canción «Imagine», esa balada para piano convertida en un himno internacional por la paz y cuya autoría fue atribuida durante mucho tiempo a su marido, el músico inglés John Lennon. Más allá de los entresijos de esta pareja de artistas, lo cierto es que ejemplifican bien cómo la historia de la cultura es coral y se debe tanto a mujeres como a hombres. Y, claro está, también son un buen exponente de la falta de reconocimiento de esa co-presencia en la creación artística que ha atravesado la historia de la cultura. Una postura que no es de recibo, que no se sostiene ya por falsaria y sesgada y que no obstante, a la vista de lo sucedido en ARCO 2023, sigue manteniendo las inercias sexistas del pasado al prescindir sin ruborizarse del talento creativo de las mujeres.