Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el 19 de agosto de 2022.
Las expresiones cotidianas dejan traslucir los relatos que formatean la mente. Ocurre a menudo y pasan por ser bromas de mal gusto cuando en realidad son el reflejo del imaginario cultural predominante. En concreto de una cultura que considera una cuestión menor y sin importancia el consentimiento de las mujeres en las interacciones sexuales. Un dato que se observa sobre todo en las discotecas y también en los macro conciertos que se Programan para la época estival. En ese ambiente relajado se presupone que una joven por el mero hecho de estar allí, en medio de una fiesta donde se consume alcohol, ofrece su disponibilidad sexual sin que sea necesario tener en cuenta cuál es su voluntad. Al respecto, un estudio de 2020 realizado por la Universitàt de València, a través del Departamento de Sociología y Antropología Social, sobre la población joven en Quart de Poblet, dejó al descubierto gran parte de las narrativas que concurren en chicos y chicas, de entre los 18 y los 23 años, en el contexto del ocio nocturno.
La investigación, realizada por Marcela Jabbaz Churba, Juan A. Rodríguez del Pino y Mónica Gil Junquero, arroja luz sobre el imaginario colectivo y las relaciones sexuales en la juventud. Los chicos, al narrar sus experiencias en los espacios festivos, emplean la expresión “ir a cazar” que no es sinónima de ir a bailar, ligar o conocer otras personas. Esta frase es de por sí suficientemente indicativa de la pretensión que esconde. Y si lo consiguen, como mucho asumen que fue un acto reprobable pero no aparece en ellos la conciencia de haber violentado la voluntad de la víctima o de haber cometido una violación. Ellos pensaban que ellas buscaban lo mismo y de esta interpretación errónea de las señales que se trasmiten entre sí, extraen la justificación de sus actos y bloquean cualquier análisis crítico a su conducta violenta. Esto es importante saberlo porque no ser consciente de los mecanismos de poder que se activan sin el consentimiento de la víctima, añade un obstáculo más a la hora de preservar los espacios de ocio nocturno como espacios de libertad sin violencia sexual.
El caso es que en sus narrativas sobresale el deseo masculino que toma las características de incontinencia e impulsividad. Se comprende bien entonces que vivamos en una cultura que da a los abusadores el beneficio de la duda. En este sentido, el mismo concepto de cultura de la violación (rape culture) rechina a los varones que creen que con este término se señala a todos los hombres como si fueran violadores. Es obvio que no todos lo son pero habría que preguntarse por qué son violentos aquellos que sí lo son. La respuesta está en el sistema cultural patriarcal que perdona la agresividad y el extralimitarse con las mujeres como si fuera algo sexy e inevitable. Es más, según el Ministerio de Igualdad, el 60% de los abusos los comenten conocidos del entorno de la víctima y suelen estar entre sus amistades o sus familiares. Por este motivo, sentirse ofendido, darse la vuelta y querer acallar lo que es un hecho objetivo, forma parte de una omertà que favorece la misma cultura del estupro.
Ante esta situación, la nueva ley educativa implantará en el curso 2022-23 la formación sobre afectividad, sexualidad y violencia de género en quinto o sexto de Primaria. No faltará quien considerará que tales cuestiones son tabú y no deben de tratarse entre menores de 10 y 11 años. Quienes así lo piensen, desconocen que es a esa edad e incluso un poco antes cuando los niños acceden a los contenidos pornográficos que circulan en la red. Por eso mismo, hay que comprender que los hombres violentos no son necesariamente ni monstruos ni una excepción, sino más bien un producto de los estereotipos de género y de las fantasías sexuales propias de la pornografía que les es tan fácil consumir. Son, como viene diciéndose, hijos sanos del patriarcado que aprenden muy rápido de sus fuentes. De ahí la importancia de contrarrestar este peligro y enseñarles a saber distinguir dónde acaba el consentimiento y donde empieza el abuso. Algo que se muestra urgente en estos momentos en los que han dejado de ser inusuales las violaciones múltiples y prolifera la moda de pinchar a las personas, sobre todo a las jóvenes, que acuden a las concentraciones veraniegas a fin de amedrentarlas.
Razón de más para poner énfasis en todo cuanto ayude a frenar las agresiones sexistas que, como estas últimas sin aparentemente guardar relación con la sumisión tóxica, atentan contra la salud y la libertad de las mujeres. Hay que aprender que el deseo de una persona sin la voluntad de otra es un abuso y que las relaciones sexuales han de ser consensuadas y acordadas. De ahí la importancia de caer en la cuenta que todos, tanto los niños como las niñas, están expuestos a una cultura que ve en la violencia el mayor exponente del poder. Abordar este riesgo desde la educación es parte de la formación ética y ciudadana que han de recibir desde la más temprana edad. Y en ese empeño no estaría de más sopesar las palabras, analizar los relatos y aprender que divertirse y salir
de casa no significa salir de caza.