SIN PRISA PERO SIN PAUSA

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Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el  31 de julio de 2022.

Isabel Oliver: “Mujeres”. De la serie “Espacio público” 2020
Técnica mixta y óleo sobre lienzo.
116 x 73 cm.

Sin duda una de las características más reprobable del sistema del arte ha sido excluir a las mujeres artistas. Una tendencia que viene de antaño y que todavía pervive. Aún así, es cierto que  viene produciéndose un giro de planteamiento gracias a los cambios que se han producido  en la investigación histórica y al acopio de fuentes documentales que dan cuenta de su valía. En realidad, rescatarlas del olvido era una misión que se les debía en justicia y en rigor científico. De resultas de este proceso, las mujeres han dejado de ser interpretadas únicamente en su rol de musas y modelos para ser valoradas como sujeto de creación. Un viraje  que va sucediendo sin prisa pero sin pausa. Dicho de otro modo, algo se mueve  en el intento por deconstruir el paradigma dominante de la historia del arte. En este sentido, uno de los casos más cercanos que  lo ilustra es lo ocurrido con la artista Isabel Oliver. Esta renombrada pintora valenciana, con una larga trayectoria profesional a sus espaldas,  sabe bien lo que es verse apartada del circuito del arte tanto por el hecho de ser una  mujer artista como por la temática de su obra dirigida a denunciar la misoginia y las injusticias sexistas. 

A  pesar de su gran talento creativo y su gran dominio de la técnica, solo recientemente ha comenzado a recibir el reconocimiento que merece. Ella misma recuerda que, durante su etapa en la que colaboró y compartió el estudio con el Equipo Crónica, no se compraba obra firmada por mujeres. Esa era la tónica general. Por aquel entonces, coleccionistas, galerías y museos no atendían a ningún tipo de política igualitaria. En esta situación, las artistas al no ser visibilizadas no podían ni ser conocidas ni valoradas. Un bucle del que les resultaba difícil salir. Por eso, cuando acudo a su estudio y paso unas horas conversando con ella, compruebo de su propia voz y experiencia la dificultades que las mujeres creadoras tuvieron para distribuir y exponer sus obras. En tales circunstancias, no es de extrañar que a la pintora le llegase la oportunidad de salir del anonimato ya cumplidos los setenta años. Todo fue gracias a la TATE Modern de Londres que contactó con ella para la exposición internacional “The World Goes Pop” realizada entre septiembre de 2015 y enero de 2016. Esta llamada tuvo como efecto que los museos españoles comenzaran a fijarse en ella y así fue como el Museo Reina Sofía y el IVAM adquirieron poco después obra suya. Hasta entonces, salvando algunas excepciones, la impresionante calidad artística de su prolífica obra no había sido considerada por las instituciones del mundo del arte. Y lo más probable es que  casos como  el suyo, habrá varios  más  y puede que lleguen o no  a conocerse en el futuro.

Dicho esto, conviene resaltar que las políticas culturales que combaten la desigualdad han empezado a calar. En la gestión museística comienza a operarse un cambio epistemológico para corregir la omisión de las mujeres artistas en los espacios de arte. Sin embargo, es obvio que  los museos no pueden cambiar de la noche a la mañana, máxime cuando heredan una serie de colecciones en las que la ausencia de obra realizadas por mujeres era lo habitual. Esto mismo le sucede al Museo de Bellas Artes de Valencia que cuenta en su haber con las donaciones Goerlich-Miquelen,  Pere María Orts,  Gerstebmaier  así como  la Colección Lladró adquirida este año por la Generalitat Valenciana. Con este bagaje, el museo apenas cuenta con obras firmadas por mujeres. Entre éstas, está La chula de María Sorolla, el autorretrato de Manuela Ballester, La matanza de los inocentes de Rosario de Velasco o los bodegones de Margarita Caffi que se incorporaran con la entrada de las  más de 70 piezas procedentes de la Colección Lladró. En estas condiciones, hace unos días su actual director, Pablo Gonzalez Tornel, afirmaba a la prensa su interés por completar lagunas introduciendo la perspectiva de género sin perder de vista el período histórico al que cada obra pertenece para poder integrarlas bien en el discurso de la institución que dirige. Una declaración de intenciones que hay que poner en valor por ser indicativa de la nueva sensibilidad que se vierte hacia las obras de autoría femenina.

La pintora Isabel Oliver en su taller de Valencia

Con todo, hay que reconocer que la gestión museística tiene esas limitaciones. Aún así, ha de ir abriéndose cada vez más a la consideración prioritaria que reclaman las artistas tanto las de épocas pasadas como las del presente. Son muchas las que desde sus autorretratos nos piden explicaciones del olvido al que fueron condenadas.  Basta mirarlas, orgullosas delante del caballete con los pinceles entre las manos como hizo Sofonisba Anguissola en el siglo XVI. O también como hicieron  Judith Leyster y Elisabetta Sirani en el siglo XVII o Adelaïda Labille-Guiard en el siglo XVIII. Y ya en el siglo XIX,  Rosa Bonheur, Anna Bilinska, María Bashkirtseva o Lilla Cabot Perryen. Utilizan el lienzo para dejar constancia de su existencia como pintoras. A menudo se representan girando sus rostros hacia el público espectador para invitarle a valorar sus obras y reconsiderar su papel como creadoras. Eso mismo parece invocar, con su mirada de reojo y en tensión, Elin Danielson al autorretratarse a principios del siglo XX  y lo sigue haciendo hoy, en el siglo XXI, Isabel Oliver con un autorretrato en el que aparece de pie rodeada de múltiples imágenes de mujeres mientras nos mira fijamente a los ojos. Estos autorretratos interpelan a una historia del arte que se ha escrito  sin ellas y que  resulta incompleta y sesgada. Por eso mismo, enmendar este error y esta injusticia es una labor urgente en la que hay apresurarse aunque sea lentamente pero sin detenerse.

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