Coeducar es la cuestión

Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el día 14/11/2019.

© Claude Truong-Ngoc / Wikimedia Commons
Premio Sakharov a Malala Yousafzai en Estrasburgo el 20 de noviembre de 2013

La educación que recibían las mujeres en el pasado es uno de los temas que ha concitado mayor interés en los estudios de género. Ni que decir tiene que el acceso a la educación, tanto para las clases altas como bajas, iba dirigida a prepararlas para ser buenas esposas y madres. Las mujeres aprendían a leer y a escribir y se les instruía en aquellas tareas que les ayudaban a cumplir sus funciones domésticas. El acceso a la universidad les estaba vetado y algunas, como la socióloga Concepción Arenal, necesitaron vestirse de hombres para poder cursar estudios superiores. Como mucho, si formaban parte de alguna clase social más favorecida, aprendían a ser habilidosas en el canto y en algún instrumento musical. No tenían que esmerarse más de lo debido, la cultura no era más que un adorno en ellas. Debían convertirse en perfectas amas de casa, atentas y siempre complacientes a los deseos del marido, al modo como irónicamente refleja el cineasta Frank Oz en The Stepord Wives (2004). Una comedia que en España se tituló Las mujeres perfectas y que recuerda al libro de Fray Luis de León, titulado La perfecta casada. Un texto que, desde su publicación en 1583, fue el modelo que toda esposa debía seguir hasta bien entrado el siglo XX. Como manual educativo, su programa tenía por palabra clave la obediencia al marido y por finalidad convertir a las mujeres en «el ángel del hogar», sin más aspiración profesional que «sus labores» tal como figuraba en los documentos e impresos oficiales.

En la actualidad, tras la Cumbre del Milenio y las cuatro conferencias mundiales sobre la mujer organizadas por la ONU, la agenda educativa para las mujeres ha virado de la marginalidad a la coeducación. Desde entonces se plantea la necesidad de combatir la pobreza, el analfabetismo y la desigualdad entre los sexos. De ahí la importancia de promover la equidad para eliminar las desigualdades de género en la escolarización primaria, secundaria y en los niveles educativos superiores. Esta meta forma parte de una política educativa, dentro de un proyecto social amplio que se lleva a cabo desde la acción del Estado, con la intención de promover un cambio social por la igualdad. Claro está que estas expectativas no se cumplen por igual en todos los países. En muchos la realidad sociológica no se corresponde con las políticas educativas que desde los organismos internacionales se instan para combatir la brecha de género. Un ejemplo de ello es el caso de Malala Yousafzai, joven pakistaní que el 9 de octubre de 2012 sufrió un atentado por reivindicar los derechos civiles de las mujeres. Todo sucedió muy rápido, Malala bajaba del autobús escolar, oyó que la llamaban y se giró. Su agresor, un talibán pakistaní, le disparó tres veces. Las balas le alcanzaron en la parte izquierda de la frente y en el hombro. Los primeros días permaneció en estado crítico en Pakistán y cuando apenas mejoró, fue trasladada a Birminghan (Inglaterra) donde pudo rehabilitarse con éxito. Su intento de asesinato tuvo gran repercusión mundial y alertó sobre la situación de las niñas y las mujeres en su país. Hoy por hoy, ha recibido varios premios y reconocimientos, el más renombrado es el Premio Nobel de la Paz que recibió en 2014 por el derecho de los niños y las niñas a la educación.

Por otra parte, el activismo educativo de Malala, sin quitarle la valía que le corresponde, puede entenderse mejor si observamos el modelo familiar que formaba junto a su padre, su madre y hermanos. Su padre Ziandin Yousafzai fue quien le animó a estudiar y le trató siempre igual que a sus dos hermanos. Enfrentándose a la tradición, no permitió que el sistema patriarcal de los talibanes eliminará el derecho básico a la educación de su hija. Por este motivo, su evolución personal es un buen referente para comprobar que no hay que minusvalorar el apoyo de los padres, hermanos y otros varones del círculo familiar para avanzar en la igualdad. Su libro Let Her Fly, publicado recientemente, ha sido traducido al español como Libre para volar y narra su propia historia, desde su nacimiento en una familia musulmana sunita hasta convertirse en un adulto que se declara feminista y quiere que niños y niñas sean educados en equidad. Él y su esposa, Toor Pekai, residen hoy en Birminghan y son un buen ejemplo de cómo educar a sus descendientes para que, sean del sexo que sean, puedan desarrollarse con autonomía y realizar su propio proyecto vital. No hay que olvidar que la desigualdad entre los sexos es la primera causa de la violencia de género y que es esencial tomar conciencia de cómo la libertad y la igualdad son incompatibles con el paradigma patriarcal de muchas tradiciones. Esa fue la postura del padre de Malala que reconoció esta situación y tuvo el valor de ir contracorriente y oponerse a la discriminación sexista que en su país se acepta y se normaliza como diferencia cultural. A fin de cuentas, si el objetivo es lograr la igualdad y terminar con la violencia que se vierte sobre las mujeres, es preciso impulsar un activismo pedagógico dirigido a crear una masculinidad diferente y distante de los cánones del patriarcado.

La cuestión es coeducar. En otras palabras, la coeducación es la condición necesaria para que se consiga la igualdad. De ahí que sea ocasión de gran alegría, el reconocimiento tan merecido que la Associació per la Coeducació (https://associacioperlacoeducacio.org/) ha recibido de la Diputación de València, al concederle en la edición de este año el Premio Celia Amorós con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una asociación que, con gran profesionalidad didáctica, ha contribuido a difundir materiales y experiencias coeducativas durante más de dos décadas. Una asociación que, desde sus comienzos, educó a las niñas y las jóvenes para que asumieran su propia existencia y no se dejaran llevar por la ilusión de recibir la dirección de otro. Una asociación que, dando sentido al infinitivo coeducar, también insiste en educar a los niños y los jóvenes en la igualdad. Y en esa dirección, cada vez es más importante comprobar cómo la percepción que los varones tienen de sí mismos, les hace rechazar la forma machista en la que han sido socializados y sentirse implicados en la lucha por los derechos de las mujeres. Un avance que reparte la responsabilidad en la construcción de un cambio cultural hacia una sociedad más justa e igualitaria y que se debe en gran medida al considerable esfuerzo coeducativo que se realiza en el ámbito docente de primaria y secundaria.

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