¿Qué hay en juego?

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Artículo publicado en el LEVANTE – EMV el  27 de agosto de 2023

Días atrás una amiga contaba que en la cola de la ITV, donde había llevado a revisar su coche, se hablaba en corrillos del buen juego de la selección española en el mundial de Australia y Nueva Zelanda. Otra comentaba que había visto a un niño de unos doce años vistiendo una camiseta deportiva con el nombre de Alexia. Y otra comprobaba cómo, en su lugar de veraneo, la gente adelantaba el baño de mar para seguir la retrasmisión de los partidos con un entusiasmo no recordado antes. Todo indicaba que algo estaba cambiando. En efecto, la expectación iba aumentando hasta culminar el domingo 20 de agosto con la victoria en el estadio de Sidney. Una emoción que embargó a un público espectador de todas las edades, aficionado o no al fútbol, que quiso celebrar el éxito de las 23 campeonas del mundo. De hecho, con un 65,7% de audiencia, fue el partido de fútbol femenino más visto retrasmitido por TVE. Toda una proeza cuando en nuestro país no existe una afición arraigada hacia el fútbol femenino. Aún así, los dos goles marcados por Salma Paralluelo y el gol de la victoria, cuya autoría correspondió a Olga Carmona, levantaron vítores y gritos de alegría. Sin ser del todo conscientes, a pie de campo, las jugadoras dieron un paso adelante hacia la igualdad. Como defensa, como centrocampista o desde otras posiciones, sus zancadas en el terreno del juego iban directas a la demanda de un mayor reconocimiento social y deportivo.

En realidad, sus reivindicaciones de mejora profesional ya venían de lejos. En 2015 las futbolistas de la selección española de entonces se amotinaron reclamando un trato respetuoso, equiparación salarial y las mismas condiciones de entrenamiento en las concentraciones que en el fútbol masculino. En aquella ocasión Ignacio Quereda, entrenador de la selección femenina de España, dimitió después de haber ocupado ese cargo durante veintisiete años y tras hacerse públicas las vejaciones que las futbolistas sufrían. Empezaba a asomar la punta del iceberg de un Me Too deportivo. A él le sustituyó Jorge Vilda que también tuvo su propia revuelta. Durante el motín de las 15, así fue como trascendió a la prensa, las futbolistas criticaron el paternalismo con el que las trataba al igual que su mala gestión por no haber pasado de cuartos de final en la Eurocopa. Resultaba evidente el malestar que sentían al no ser escuchadas y convertir sus peticiones en rabietas infantiles. Se vieron tratadas como niñas caprichosas y no como deportistas de élite. La revuelta se saldó con la renuncia de varias de ellas y la herida quedó abierta. A pesar de todo, en medio de esta situación tan tensa con el seleccionador, la plantilla se alzó con la copa del mundo y Aitana Bonmatí con el premio a la mejor futbolista del Mundial. Una hazaña digna de heroínas del balompié en un deporte tradicionalmente vinculado a los niños y a los chicos y, como mucho, tolerado en las niñas y en las chicas.

Sin embargo, cuando todo tenían que ser parabienes para la selección femenina de fútbol, este mar de fondo saltó a la opinión pública de manera manifiesta con el lapsus lingue de Jorge Vilma que celebraba el ser «campeones del mundo» olvidando que las protagonistas eran futbolistas mujeres y que lo propio era nombrarlas como campeonas. Después llegaron los automatismos impúdicos del presidente de la RFEF, Luis Rubiales, quien con gestos propios de una virilidad performativa que pasa por «tener o tenerlos bien puestos», pareció olvidar que estaba presenciando la final del mundial de fútbol femenino. Llovía sobre mojado. La guinda la puso el beso forzado que en la entrega de las medallas le dió a Jenni Hermoso agarrando y presionando su cabeza con las manos y dedos abiertos. Un cepo que dejaba poca posibilidad de movimiento a la futbolista para hacer valer su voluntad. De este modo, sin ser consciente de ello, el presidente de la RFEF se convirtió en actor de lo que se conoce como Rape Culture, de esa cultura que contiene una variedad de formas de agresiones y abusos que se ejercen sobre las mujeres de manera normalizada y natural. Son conductas típicas de una masculinidad que vincula la virilidad al dominio y al sometimiento de las mujeres al ostentar el varón el poder o mantener una superioridad jerárquica en el trabajo. Esta violencia sexista se manifiesta inicialmente en el lenguaje a través de comentarios o bromas sexistas y pasa también por tocamientos no deseados de escasa intensidad que en algunos casos pueden llegar a ser más lesivos .

Todo ello concurrió en la escena y posterior desarrollo de los hechos. Hasta la portada del diario As, culpando a la deportista de la situación comprometida en la que se encontraba Luis Rubiales, era de manual del machismo en el deporte. Esa portada recibió el rechazo unánime de la opinión pública, tanto por faltar a la verdad como por ser un claro ejemplo de lo que se conoce como victim blaming que es la tendencia a culpar a la víctima, haciéndola responsable en gran parte de la agresión que se ha comentido contra ella. Este proceso de minimización de la responsabilidad del victimario y salvar la honorabilidad del varón, es consecuencia de la rape cultura que trasmite la idea errónea de no ser necesario ni determinante el consentimiento de las mujeres. Una cosa lleva a la otra. Al menos las críticas generalizadas, el pronunciamiento de la FIFA, de algunos patrocinadores y otros testimonios más, dan cuenta que lo que está en juego sobrepasa los lindes del campo de fútbol de Sidney y que el partido de la final España-Inglaterra se recordará por el éxito de la selección española del fútbol femenino y por mucho más.

 


Publicado también este artículo en:

el Periódico de España – 28 de agosto de 2023 (versión digital)(Ver versión impresa en pdf)


Nota en À Punt televisión

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